viernes, 31 de agosto de 2012

The Newsroom, los quijotes de Sorkin

Los cínicos no sirven para este oficio: sobre el buen Periodismo. Me pregunto si Aaron Sorkin ha leído esta ultracitada obra del conocido (al menos en el gremio) periodista polaco Ryszard Kapuscinski con la misma devoción con la que la recomiendan en las facultades de Periodismo para trazar las líneas maestras de The Newsroom. Una serie que, al terminar su primera temporada de diez episodios en la HBO, se ha revelado más bien como un alegato de la parte más bella del (dicen) "oficio más bello del mundo", aquella que nos muestra unos trabajadores apasionados, comprometidos hasta el final con las personas y una verdad, que, de ser una herramienta, sólo puede utilizada para construir una sociedad más saludable en todos sus ámbitos y, por supuesto, más democrática. Nada de narrar en detalle las miserias y presiones diarias de la redacción del informativo estrella de un canal de cable estadounidense. ¿Para qué echar sal en las heridas crónicas de los medios cuando se puede reivindicar el gran espíritu quijotesco de la profesión?

Que Sorkin haya agotado hasta la náusea las referencias al caballero de La Mancha en boca de sus dos personajes principales, Will McAvoy (Jeff Daniels) y MacKenzie 'Mac' McHale (Emily Mortimer) habla por sí solo. Si hay una figura que represente todo lo que lo que un cínico nunca podrá ser ésa es Don Quijote, el paradigma de la locura idealista, el héroe que pretende luchar contra las injusticias aun yendo montado en un caballo raquítico. La ética enseña que cuanto los periodistas dejan de aspirar, o se pliegan al 'status quo', dejan de hacer Periodismo y acaban haciendo periodismo, o... cosas peores. Con ese esquema mental llega la productora ejecutiva MacKenzie al 'News Night' de la ficticia ACN dispuesta a devolver la dignidad a las noticias y, de paso, sacar de la desidia a un Will que no quiere sacar su carácter en la mesa de presentador por miedo a espantar las audiencias.  Como periodista, y aceptando que la historia no es, ni mucho menos, una radiografía fidedigna de la profesión, The Newsroom supone en un primer momento un chute de moral ya desde esos amables títulos de crédito a cargo de Thomas Newman, que evocan tiempos mejores en el oficio en los que los becarios podían soñar con contratos decentes y los medios, si eran meretrices de los oligarcas, lo disimulaban mucho mejor.

El idealismo de la premisa no es ninguna novedad en el universo Sorkin, que ya emprendió aventuras parecidas con la fábula sobre la política estadounidense The West Wing (NBC, 1999-2006) y, según comentan los experimentados en esta serie, con mejores resultados que en su nueva obra. No hace falta haber visto The West Wing para estar de acuerdo en lo excesivo de las formas que aquí emplea Sorkin, un tipo cuyo personal estilo basado en diálogos inteligentes, grandes discursos y personajes cultivados nunca ha dejado indeferente a nadie. Pero aquí simplemente roza la prepotencia y el casi insulto hacia posturas ideológicas contrarias a las suyas; las de un estadounidense demócrata , pero también las de un elitista intelectual. Si no, ¿a qué viene esa frase tan categórica de Mac hablando de "contarle la verdad a los estúpidos" en el piloto?

El primer capítulo, brillante, con un arranque poderosísimo, y pese a todos los tics y la brocha gorda de sus slogans, deja claro cuál es la personalidad, tono y propósito de la serie, pero el resto de episodios no defiende en el guión las ideas de equidad y debate que defienden  los personajes. Claro que el Tea Party merece todo los palos, pero no vale con maquillar los ataques presentando a Will como un republicano moderado que se avergüenza de la camarilla de extremistas que se ha hecho con el control de su partido. En 'News Night' se echan en falta, por ejemplo, más autocrítica y menos benevolencia hacia la Administración Obama para que los mensajes que lanza la serie con tanta vehemencia tengan credibilidad (ni una nota un poco discordante con la gestión de Washington de la muerte de Bin Laden,  con un premio Nobel de la Paz como presidente para más inri ). Si los personajes se vanaglorian de que no se casan con nadie, entonces hay que demostrarlo. Y más cuando las historias que cuenta la ficción en esta primera temporada son una revisión a velocidades Downton Abbey (elipsis del tamaño de agujeros negros) de los hechos más importantes ocurridos en Estados Unidos y el mundo entre mayo de 2010 y agosto de 2011. The Newsroom juega a respetar la realidad dentro de los límites de la ficción para presentarnos cómo se debieron tratar esas noticias en su momento, pero fracasa. Otras series como The Good Wife, que vive inspirándose en titulares, arrojan mucha más honestidad en las problemáticas que plantea.

Con respecto a la verosimilitud (que no es lo mismo que credibilidad, aclaro) de lo que cuenta, The Newsroom tampoco sale muy bien parada. La redacción de un informativo en TV es bastante distinta a la de un periódico y, dependiendo de la sección y lugar donde trabaje el periodista, puede pasar  cierto  tiempo sin "hacer calle", de ahí que no veamos ninguna escena en exteriores. Pero una cosa es eso, y otra que las fuentes y las exclusivas vengan a tu casa cual pizzero en todos los episodios.  Sí, sin contactos el periodista se come los mocos, aunque no todos tienen que ser conocidos del colegio, familiares,  compañeros de un trabajo anterior, o ex rollos de una noche.  El jefe de informativos de cualquier cadena mataría por tener una plantilla tan bien conectada como la de 'News Night'...

Personajes de diván

Si, en primer lugar, se aceptan los problemas de fondo y forma de The Newsroom diciendo "sí" (como a los locos) a las salidas del tiesto de Sorkin, y, en segundo, se pasan por alto muestras de pornografía emocional al más puro estilo Shonda, como las vistas en el cuarto episodio 'Fix You' (al menos Rhimes buscaría un grupo semidesconocido, y no la opción más fácil de Coldplay para adornar la secuencia),  entonces la serie tiene mucho que ofrecer al espectador. La premisa indudablemente grave y aspiracional contrasta con  las dinámicas de comedia romántica de los personajes, unos tipos muy profesionales en su trabajo, pero que luego se comportan como ineptos sociales en diferentes grados y que, con toda seguridad, consumen caramelos de eucalipto en grandes cantidades.

Quizá sean los personajes el aspecto que más refleja la rareza que es The Newsroom dentro de la parrilla de la HBO. Un producto de 'network' noventero en un canal de cable famoso por lo grisáceo de sus propuestas. Los diálogos sesudos no enmascaran la engranajes sobre los que funciona la ficción, directa desde el minuto uno, y tampoco las sencillas y estoreotípicas líneas de actuación de los personajes, algo que le viene muy bien a la comedia.

Sin entrar en polémicas de representación de género, Mac es una histérica, analfabeta tecnológica, que se automartiriza en cada uno de los episodios por haberle sido infiel a Will con su exnovio,  aunque eso no quita que sea una manipuladora de cuidado y se crea más yankee que nadie con su acento de Londres. Will, por su parte, es el típico mente privilegiada, pero arrogante, que, además, se cree un regalo de Dios a las mujeres, a las que hay que "civilizar". Jim Harper (John Gallagher Jr.) hace las funciones de buen chico, el yerno perfecto, pero que le faltan unas cuantas luces en las lides amorosas. Maggie Jordan (Alison Pill) se nos presenta como una Mac en potencia con trazos de perro del hortelano. Don Keefer (Thomas Sadoski) es un capullo que no tiene ninguna consideración con su novia, Maggie. Y a Charlie Skinner (Sam Waterson), el jefe de informativos,  le dan demasiadas venadas.



De toda esta pandilla, los únicos que se salvan  son Sloan Sabbith (Olivia Munn),  la cerebrito atractiva, una eminencia en el área de Economía, pero con cero aptitudes personales, y Neal Sampat (Dev Patel), el 'geek' obsesionado con el Hombre de las Nieves. No por nada, son en las conversaciones de bar con Sloan cuando las neurosis de Mac consiguen el efecto gracioso que buscan, ya que pocos consejos se le pueden pedir a una Sloan que, en segundos, podría confundir tocar techo en una relación con el techo de la deuda.

A pesar de lo mal que cae Will, su carácter se va suavizando con el paso de los episodios y, al final, no resulta tan cargante y su condescendencia se ve más como un chiste sostenido. Hasta se le acaba cogiendo cierto cariño. Lamentablemente, lo mismo no se puede decir del trío  Jim/Maggie/Don,  que no paran de cavar su tumba con sus continuos cambios de parecer, su egoísmo y su aburrido tira y afloja, que ni las referencias a Sex and The City (serie que protagonizó Kristin Davis, pareja actual de Sorkin, acostumbrado a inspirarse en su vida privada para su trabajo, a lo Taylor Swift)  pueden salvar. Aunque, bueno, supongo que hacer una mención a SATC siempre es más romántico que el Xanax.

Está por ver si Aaron Sorkin tomará nota de los muchos achaques de The Newsroom con vistas a la segunda temporada, y si ampliará el catálogo de 'sorkinismos' para ofrecer un producto menos pagado de sí mismo y más cabal. Puede que sea hora de llamar a Sancho Panza para que acompañe a Don Quijote.

jueves, 23 de agosto de 2012

Las cabezamoños

Nunca me había interesado ninguna de las propuestas de la ABC Family hasta este verano en que Amy Sherman-Palladino, creadora de Gilmore Girls, ha regresado a la televisión con una serie marca de la casa, Bunheads. Cierto es que yo seguía a las Gilmore más mal que bien en esas emisones de La 2 en horarios extraños, ya sea por la mañana o por la noche, y que nunca conseguí ver una temporada decente del tirón, pero la madre y la hija y el resto personajes que habitaban Stars Hollow tenían un algo especial que me enganchaba siempre que me los encontraba en la tele. Por eso decidí darle una oportunidad a Bunheads (jerga para denominar a las bailarinas de ballet, por los moños que lucen) desde el principio, semana a semana, y el resultado ha sido tan refrescante como tomarse un polo helado.

Sin miedo a equivocarnos, estamos ante una producción 100% de la Palladino. No hay nada en este estreno estival que no grite quién manda allí, del mismo modo que en The Newsroom está precintada de arriba a abajo con sellos 'Propiedad de Aaron Sorkin'. Los diálogos a lo 'screwball comedy', las interminables referencias a la cultura pop, el pueblo plagado de vecinos harto peculiares, y el protagonismo de los personajes femeninos (especialmente de la treintañera en crisis): la showrunner sigue plasmando todo esto en Bunheads.

Poco satisfecha con los derroteros que ha tomado su vida como 'showgirl' en Las Vegas, de vuelta de todo, y sin raíces, la sarcástica Michelle Simms (Sutton Foster) se casa porque sí con uno de sus dedicados admiradores, Hubbell Flowers, con tan mala suerte que el recién estrenado marido muere en un accidente de tráfico, dejándole como herencia una casona, bastante dinero y... a Fanny (Kelly Bishop aka Emily Gilmore), la extravagante suegra que regenta un estudio de ballet, la pasión abandonada de Michelle.

La serie juega con el viejo recurso del pez fuera del agua, con desmontar las expectativas y prejucios del protagonista/forastero y de las personas que lo conocen, y cómo acaban aprendiendo unos de otros. El pueblo californiano, Paradise, es tan paradisíaco que nunca ocurre nada, lo cual es el equivalente al infierno para Michelle, mientras los choques de personalidad con Fanny y con el resto de los vecinos tampoco ayudan. No es una premisa que no hayamos visto antes, pero siempre es entretenido ver cómo se le van rompiendo los esquemas a los personajes uno a uno, y más si el plan incluye 'one-liners' lapidarios que le restan azúcar al asunto. Porque Bunheads, por espíritu, estética, y por el canal en el que se emite bien podría ser otro de esos productos mullidos que malrellenan el género familiar, aunque tiene ese punto necesario de mala leche que sorprenderá a aquellos que se acercan a la serie pensando en que acabarán expulsando arcoiris por la boca en la primera escena con tanto tutú, o espantados con tantas cosas de mujeres (no nos engañemos, la serie tiene un público muy bien definido).



Ejemplo de cabecera chunga...


Tan patente como predecible es el vínculo de mentora a su pesar que Michelle va formando poco a poco con cuatro estudiantes de la escuela: Boo (la rellenita insegura), Shasha (la rebelde con talento), Ginny (la romántica e inocente) y Melanie (la cínica), cada una con un carácter y rol bien diferenciado. De todas ellas, es Shasha la que más desarrollo ha tenido hasta ahora por venir a ser un reflejo de lo que Michelle era a los dieciséis años, como se empieza a apreciar en los últimos cuatro capítulos de los diez que la serie ha emitido antes de irse de parón hasta que llegue el invierno.

Es justo en estos episodios en los que la ficción consigue elevarse sobre sus puntas hasta alcanzar el equilibrio y tono que le faltaban en los primeros compases. No quedaba del todo claro hacia dónde iba la historia, o de si la serie tendría siquiera una trama más o menos continuada, o todo consistiría en una colección de escenas ligeras con unas coreografías de ballet bien montadas y unos estupendos números musicales en los que Sutton Foster demuestra sus credenciales de actriz curtida sobre las tablas de Broadway. Tampoco le hacían ningun favor las comparaciones con el gran éxito de su responsable (polémicas raciales con Shonda Rhimes, aparte), pero Bunheads ha sabido encontrar su hueco aunque las audiencias no hayan sido muy acogedoras como para garantizarle la renovación directa para una segunda temporada. De momento, habrá que conformarse con los ocho o nueve episodios adicionales a los que ha dado luz verde la ABC Family.