jueves, 8 de marzo de 2012

El plan de Emanda

ATENCIÓN: Spoilers de lo que llevamos de temporada debut de 'Revenge'.

Los parones que hacen las series estadounidenses para conseguir cuadrar sus episodios en unas maratonianas temporadas de nueve meses pueden resultar tan pensadas para 'joder' como cualquiera de las maquinaciones de Amanda Clarke. Hasta el 18 de abril no volveremos a tener capítulo de ese monumento a la venganza y sus perras llamado Revenge, y la tortura no hace más que ir en aumento. Porque justo cuando todavía estábamos saboreando la resolución del asesinato en la playa visto en el episodio piloto, la ABC, disfrazada de su propio personaje revelación, nos asesta una puñalada por la espalda y lo peor es que se las ingenia para dejarnos con la miel en los labios. Puro masoquismo.

La serie de Mike Kelley, toda una roca en la noche de los miércoles, ha demostrado que puede convertir hasta al espectador más sibarita en un esclavo de los métodos culebroneros de Emily/Amanda, o, como la bautizó el fandom en un alarde de concisión, Emanda. Llevamos dieciséis capítulos emitidos y, hasta el momento, el trazado de la producción parece salido de la misma caja infinita de Emanda. Con esa táctica de darle al personal lo que quiere en las primeras entregas, haciendo una exhibición de cómo arruinarle la vida a una persona en 40 minutos, Revenge no sólo enganchó a la audiencia sino que la preparaba para conocer hasta qué punto estaba dispuesta a llegar Emanda para cumplir su cometido sin romperse por dentro, y hasta qué punto incomodaba su presencia a la familia de la todopoderosa Victoria Grayson, otro grandísimo personaje que no ha dejado de expandirse, en parte, gracias a unos giros argumentales de aúpa muy propios del género y, en parte, gracias a la actuación de una Madeleine Stowe volcada en cada sonrisa y batimiento de pestañas falsos (y que nada menos le valió una nominación al Globo de Oro).

No sólo se nos confirmó que el azar es capaz de ganarle la partida a la joven empresaria interpretada por una inquietante Emily VanCamp, haciéndole ver que era tan humana como cualquiera, pero, a la vez, también nos quedó claro que estamos ante un personaje por el que el mismo Mossad pagaría una fortuna. Tan pronto como creíamos que se le derrumbaban los planes, presa de sus sentimientos divididos hacia Jack Porter (Nick Weschler) y Daniel  Grayson (Joshua Bowman ) en ese trío infernal de capítulos compuesto por 'Perception', 'Chaos' y 'Scandal' (1x14-15-16), el guión enseguida se encargaba de desmentirlo, recordando que Emanda cuenta con tres dones hiperdesarrollados a diferencia de todos los mortales: la astucia, la previsión y la sangre fría.

'Chaos' fue previsible, sí (sería un suicidio de márketing y un 'epic fail' que la serie prescindiera de los encantos de alguien como Joshua Bowman), pero pese a ello este flashback XL que hemos visto es una montaña rusa por la que personalmente estaría dispuesta a pagar las veces que fuera. Hay muy pocos reproches que hacerle a esta etapa de la serie, al acabado se le ven las costuras en bastantes ocasiones y no sabemos qué más puede hacer el dios Nolan (Gabriel Mann) montado en su ballenita Shamu para llevar al límite las técnicas de espionaje y extorsión más rocambolescas, y cuánto falta para que los responsables de la serie manden a los hermanos Porter al contenedor de los residuos que no se pueden reciclar. Con todo, la cadencia con la que Revenge va entonando su melodía nos hipnotiza y nos convierte en unas ratillas de Hamelín dispuestas a seguir a Emanda a donde sea.

Pero, al contrario que su protagonista, este drama no engaña a nadie. Sus tramas y personajes se gustan sabedores de que beben de la tradición del género los culebrones, y son consecuentes con ello. Puede que Tyler (Ashton Holmes) fuera demasiado psycho de manual, pupilo de la escuela de Kimberly de Melrose Place; o que la intensidad de Amanda/Emily (Amily, para los amigos) hacia su antigua compañera del 'juvie', Emanda, apelara al morbo lésbico-carcelario más evidente (esa TSNR no era nomal en sus escenas, ahí hubo tomate fijo); o que se le ven demasiado las intenciones trepas a Ashley (Ashley Madekwe); o que canta mucho la manida trama de las drogas por parte de Charlotte (Christa B. Allen), pero son parte de la salsa de una serie como Revenge y, reconozcámoslo, echaríamos de menos estos elementos si no estuvieran.

Quitando a los mencionados Jack y Declan (Connor Paolo), representantes de la plebe, el resto de habitantes de los Hamptoms están revelando su agenda secreta de forma progresiva y ganando en interés. Si Queen Victoria, al principio, parecía una sólo antagonista con la capacidad de encandilar, la propia serie se ha encargado de remarcar con acciones y líneas de diálogo que es la némesis perfecta de Emily, alguien que fue ella antes que ella. Hace cuatro meses, decía que era la lucha de un Terminator despiadado y zen contra un Hulk cargado de emociones, o un 'ice' contra 'fire', y lo sigue siendo, pero la ambición de ambas las iguala y Victoria también podría jugar las mismas cartas que Emily. Y ya si añadimos los duelos de miradas de VanCamp y Stowe, sube el pan.

Con todo el enjuiciamiento de Daniel ha llegado la hora de ver el juego de Victoria y cómo se las arregla para ayudar a su hijo a salir airoso de la acusación por el asesinato de Tyler, desplegando todas sus artimañas en un momento en el que Emanda no está en una posición de poder tan cómoda como al inicio de la serie, tal y como le insiste su sensei, otro personaje que seguro tiene mucho que decir (a Revenge no le falta de nada). Lo que parecía un desvío de la trama principal puede que acabe ofreciendo más caras de la Grayson y, en concreto, ayude a profundizar más en su campaña contra su ¿futura? nuera.

Y, mientras tanto, Emanda irá añadiendo fases a su plan maestro. Es lo que le toca.

martes, 6 de marzo de 2012

Pan Am... Mayday, mayday, mayday!

Finalmente el vuelo se ha estrellado. La audiencias no han tenido piedad con la tripulación de Pan Am que, después de un arranque más que prometedor, veía como perdía combustible a chorros semana tras semana hasta que ha acabado en el hangar de las series canceladas de la ABC (después de haber dicho adiós con unos raquíticos 3,7 millones y 1.2 en la demo). Lo más triste del asunto es que no hace falta mirar cajas negras ni preguntar al responsable del último remache de esta ficción basada en la edad de oro de la aviación para darse cuenta de lo que estaba fallando.

Pan Am enamoraba por los ojos, eso es incontestable. Toda su cuidada estética sesentera ayudaba sumergir al espectador contemporáneo en el espíritu y propaganda de una época, la de la New Frontier kennedyana, donde reinaba un optimismo tal que empequeñecia cualquier desafío por inabarcable que fuera (buena prueba de ello es el capítulo del aterrizaje de emegencia en Haití, 'bigger than life' en estado puro, por encima de precisiones históricas). Una serie retro en pretensiones y ambientación al servicio de las necesidades del habitante del sofá de hoy que lo último que desea es que le recuerden aquellos problemas de los que quiere escapar cuanto antes. Pero, una vez dentro del Clipper, hacía falta más que un cátering de lujo y azafatas y pilotos de revista para hacerte comprar otro billete... hasta solicitar la tarjeta de millas.

El fuselaje debía haberse compuesto de unas planchas en forma de historias más pesadas que equilibraran la tendencia hacia lo ultraligero de las tramas, por no hablar de establecer unas rutas más atractivas que incluyeran más escalas en las que bajar a la terminal y profundizar más en los personajes, ese grupo de hombres y mujeres adalides de la modernidad, encabezados por una Colette (Karine Vanasse) tan encantadora que hacía soportable episodios terribles, colocados en el lugar que no les corresponde por obra y gracia de la estrategia absurda de una 'network' que, ratings mediante, había perdido la confianza en su producto.

La azafata francesa, con su pasado de ocupación nazi, protagonizó algunos de los momentos más dramáticos de la serie y, junto con el capitán Dean (Mike Vogel aka "El rubio bien hecho"), llenó de sobra la cuota romántica. Por su parte, Kate, la azafata espía encarnada por Kelli Garner (el otro gran descubrimiento de la serie, tal y como destaca Crítico en Serie), empezó siendo el personaje con la trama más clara y viable a largo plazo, pero ésta sólo empezó a tomar verdadero cuerpo y seriedad hacia el final... cuando ya era demasiado tarde para remontar el vuelo, tal y como les ocurrió al resto: Maggie, Laura y Ted. 

Quizá conscientes de que a la serie le quedaban como mucho dos aeropuertos que visitar, los guionistas se apresuraron en darle más quehacer a estos tres personajes, aunque más bien el piloto automático parecía estar detrás de todas las maniobras. No hay otra explicación posible a ese frenesí de abrir y cerrar conflictos a velocidades de vértigo, y a esa ausencia de explicaciones al pasajero acerca de por qué ciertos personajes se quedaron en tierra y nunca más volvieron a embarcar. Porque, ¿qué fue de Bridget?, ¿se la tragó un vórtex del espacio tiempo?

Con todo, en esta locura de quemar fuel como si no hubiera mañana, los responsables de Pan Am se las ingeniaron para inmolarse con honores cual kamikazes, convirtiendo el episodio extra que les había regalado la  ABC en una season finale irrespetuosa con el minúsculo grupo de seguidores fieles a la serie que la disfrutaron sin exigirle más de lo que estaba dando. En lugar de clausurar la serie de una forma honesta y orgánica con lo que había ofrecido a lo largo de sus catorce episodios, y si bien el resultado general sonaba a despedida en todos los motores, los guionistas se encargaron de dejar cabos sueltos importantes que justo prometían algo que no iba a ser factible de ninguna manera: una segunda temporada.