martes, 27 de septiembre de 2011

Pan Am, un piloto que sí va por las nubes

Después del fiasco que supuso la apuesta sesentera de la NBC con las conejitas, había que subirse en el jet de la ABC, que también echa mano de los iconos de la época y saca del baúl los uniformes de las azafatas de una de las aerolíneas más famosas del mundo: la Pan American World Airways, la Pan Am, que hace exactamente 20 años fletó su último avión víctima de los números rojos. La compañía  vivió después un par de intentos de vuelta, pero Pan Am se centra claramente se centra en su etapa de esplendor, de cuando era la referencia en tecnología aeronáutica y otros competidores, como la TWA del mismísimo Howard Hughes (el de la peli de Scorsese y DiCaprio), se esforzaban en hacer un poco de sombra al monopolio que ostentaba en el espacio aéreo transatlántico.

Pero la serie no pretende convertirse en un retrato fiel de los intríngulis comerciales de la Pan Am, sino evocar a la nostalgia de unos años, los sesenta, en los que reinaba el optimismo gracias a la buena marcha de una economía por fin recuperada de sus achaques tras el fin de la II Guerra Mundial y con unos Estados Unidos que confirmaban su posición de súperpotencia en Occidente. Ese buen ambiente era el caldo de cultivo ideal para la venta de ilusiones y, por entonces, no había mayor ilusión que la de montarse en un avión y ver el mundo. Volar se convertia en un ritual místico y excitante que unos pocos se podían permitir, en el que pilotos y azafatas eran testigos privilegiados y envidiados por los que se quedaban en tierra. Ambas profesiones, además, traían consigo una imagen de progreso, libertad y riqueza atractiva para niños y, sobre todo, niñas (esa imagen de la pequeña frente al puente de embarque). La promesa del glamouroso "hoy me acuesto en Nueva York y mañana me levanto en Tokio" ofrecía una oportunidad de evadirse de la rutina de madre y esposa a la que se veían abocadas las mayoría de las jóvenes con posibles de la época y suponía una buena fuente de ingresos para las más modestas. Convertirse en azafata (y más de la Pan Am) era, en definitiva, el trabajo soñado en la Gran Manzana de 1963, año y lugar de arranque de la serie.

El piloto de Pan Am cumple a la perfección a la hora de presentar este panorama de escapismo y a sus protagonistas, unas azafatas que son reflejo de muchos de los cambios sociales y fantasías de las mujeres de entonces. Por un lado, se encuentran las dos hermanas Laura y Kate  (Margot Robbie y Kelli Garner), la primera, una chica dócil recién salida de su burbuja de futura ama de casa de suburbio, animada por la segunda, claramente la oveja negra de la familia por vestir el uniforme azul de la Pan Am y que encima es reclutada por la CIA para actuar como mensajera en plena Guerra Fría.  Por otro lado, está la pizpireta Maggie, interpretada por un Christina Ricci recuperada para la televisión tras Ally McBeal, de la que en este primer capítulo se dan pocos datos, pero que aparenta la típica universitaria neoyorquina con inquietudes políticas. Y en último lugar, está el personaje de Colette (Karine Vanasse), una francesa que encarna el viejo mito de la azafata con relaciones sentimentales difíciles.



Usando flashbacks de una forma muy orgánica se nos van presentando estampas del pasado de todas las chicas que ayudan a situarlas en el momento presente a la vez que ayudan a aumentar su interés como personajes. Pero la mirada no sólo se dirige a las reinas de la cabina de pasajeros, sino que también se centra en los mandos del avión. El piloto Dean (Mike Vogel), al igual que Kate, apunta a que llevará el peso de la trama de misterio y espionaje de la serie, que de momento se ve eclipsada por un increíble despliegue técnico destinado mostrar el ritmo de vida de las azafatas y el lujo de los recién estrenados Jet Clippers de la aereolínea. El diseño de producción se eleva a niveles insultantes y se ve animado por una estupenda selección musical plagada de clásicos, con Sinatra a la cabeza, que se funde con el tono alegre de la serie. Sin duda, estamos ante una serie cara (se comenta que el piloto costó 10 millones de dólares), pero que los buenos ratings de su estreno en la ahora infernal noche de los domingos pueden hacer que se mantenga en parrilla. Hacen falta series como ésta en una 'network' y ahora que la cadena del abecedario dirá adiós a Desperate Housewives esta temporada puede aliviar el frente de los costes que le acarrea esta apuesta.

Por ahora, todo resulta muy de color de rosa en Pan Am, pero tampoco se han dejado de lado referencias a la cara menos amable ¿y real? de la situación que se nos presenta en pantalla (esas fajas obligatorias, la renuncia forzosa al puesto de trabajo una vez casadas...).  La serie tiene todos los ingredientes de una producción entretenida y ligera, pero cuenta con unos personajes con capacidad para equilibrar la balanza de excesos de la 'beautiful life' en próximos episodios. Pero en un mundo donde las propias aerolíneas se esmeran en recordarnos las miserias de volar, nunca está de más una historia que nos recuerda un tiempo en el que ocurría lo contrario.

domingo, 25 de septiembre de 2011

El fantasma de Fringe

Si lees esta entrada sin haber visto la premiere de la cuarta temporada de Fringe, y sin haber terminado la tercera de Alias, puedes quedarte atrapado una dimensión de spoilers para siempre.

Ahora que lo pienso, podría haber hecho un desglose de cada una de las tres primeras temporadas de Fringe, pero el maratón que corrí fue tan duro que quedé exhausta y me ha pillado el toro del estreno de la cuarta entrega. Así que en esta entrada iré un poco por encima de todos los sucesos que han pasado.

No diré nada nuevo si digo que la segunda temporada es mi favorita. Sobre todo, por unos últimos doce episodios que no hacen más que correr hacia adelante llevando a los personajes hasta situaciones que los obligan a enfrentarse a un pasado que ha determinado lo que son ahora. Pensaba que poco más se le podía pedir a Fringe después de esa colección de episodios inciada por 'Johari Window' (2x12) hasta 'Over There Part 2' (2x22), pero la historia cruzó al otro lado y forzó de nuevo a sus protagonistas a luchar, pero esta vez contra versiones paralelas de sí mismos que no son más que una materialización de sus propios miedos, defectos, o carencias. Sin ir más lejos, ahí está esa Olivia pelirroja, desinhibida y muy segura de sí misma que se filtra en la vida de la Olivia que nosotros conocemos, en lucha constante por saber abrirse a los demás, pero también más prudente y compasiva que su alter ego.

La brillante primera mitad de la tercera temporada se encargó de poner la semilla de la duda entre aquí y allá, entre quienes pensábamos que eran los malos y quienes parecían los buenos. Por momentos, me vi apoyando la causa de Walternate, un tipo mucho más maquiavélico que Walter, pero con una buena razón para hacer lo que hace.  Tampoco ayuda, claro, que tanto Noble como Torv también lo borden cuando se meten en la piel de los dobles.

Quizá sea la falta de doppelgänger con el que comparar, o más probablemente, un descuido del guión, lo que ha ido lastrando a Peter al contrario de lo que ocurre con los demás. Para tratarse del personaje central, motivo (nada más y nada menos)  por el que se ha roto el equilibrio entre realidades, no he visto ninguna evolución en su personaje aparte de la relación con su padre y su progresiva apertura mental con los acontecimientos que sucedína a su alrededor. Ojo, que no es poco, pero tampoco es suficiente para que la palabra 'plot device' no aparezca en escena al mismo tiempo cuando lo hace él y, mucho más, desde que se le ha colgado el cartel de elegido en el giro más Alias que ha tomado toda la serie. Jugar con elegidos supone un riesgo, y es que ése elegido tiene que demostrar algo por lo que es el elegido, de lo contrario, no resulta convincente como tal. Ya que he mencionado la serie de espías, y en Fringe no se cortan con las referencias (ese manuscrito), siempre he pensado que las claves del personaje de Sydney Bristow se han dividido entre Peter y Olivia. Así, el primero obtiene todo el aspecto profético del personaje y la disfuncional dinámica con su padre, mientras que la segunda, además de la pérdida de seres queridos (prometidos y madres), se queda con toda su capacidad profesional y  una infancia dura en la que no faltaron los experimentos secretos de los que la niña no se acordaba. En Olivia, incluso, se advierten funciones de 'Pasajero' similares a las de la hermana de Sydney, Nadia.

El problema está en que no hay carisma en Peter que compense el hecho de que Olivia se lleva gran parte de las cualidades, porque aquí queda claro que ser el centro de todo no suma si no has mostrado de antemano que tienes más cosas en la cartera. Hasta la tercera temporada vi a Peter simplemente como el interés amoroso de Olivia, aunque aquí también tengo mis reservas, porque se le intenta dar un sentido de romance épico que no se sostiene porque no hay nada que lo avale en pantalla. Otra vez, vuelvo a Alias. Puede que el personaje de Vaughn no fuera el más interesante por sí mismo, pero adquiría sentido a través de su historia con Sydney, que resultaba muy creíble porque venía refrendada por escenas donde se mostraba una complicidad que iban in crescendo. En Fringe intentan construír esto de forma más sutil (tan sutil que parecen hermanos durante gran parte de la serie), pero no funciona porque no hay picos de tensión que lo preanuncien. Aquí se limita simplemente a pasar y lo hace de forma muy poco natural y, con líneas de diálogo que hablan de algo que no se ve.

Por eso, ahora que la cuarta temporada de la serie ha comenzado reseteando su disco duro de forma prometedora, tengo la expectativa de que la pregunta  "Where's Peter Bishop?" no se quede en un simple "Who killed Rosie Larsen?" de excusa. Además de arreglar de forma convincente el borrado espacio temporal hecho por el Observador, y de sacar al personaje del estado fantasma literal en el que se encuentra ahora mismo, los guionistas también podrían aprovechar para darle un poco más de vida a Peter y hacer sudar un poco a la interpretación de Joshua Jackson.

martes, 20 de septiembre de 2011

Pilotando The Playboy Club: De exclusivo, nada


"Don't let the fluffy tail fool you". Hasta el estilo del lema promocional es único.

La NBC nos ha dado la llave del primer club que Hugh Hefner abrió en su Chicago natal allá por 1963 y, contra todo pronóstico, hemos encontrado un local frío, casi helado glaciar. Al tratarse de un drama de network,  no esperábamos tampoco que The Playboy Club fuera un fiel reflejo en la ficción de toda la lujuria que implicaban las conejitas del viejo Hef en la época, pero se ha quedado muy lejos de unas expectativas moderadas. El ínfimo aprovechamiento de la erótica, no obstante, es la punta del iceberg de un piloto que hace aguas por todas partes y no es capaz de disimularlo.

Desde el trailer mostrado en los 'upfronts' de mayo, se ha hecho muy difícil deshacerse de la sensación de que algo no estaba bien en el reparto de la serie. Y no me refiero a Amber Heard, que, por físico resulta verosímil como Maureen, la conejita recién llegada al club, sino al portagonista masculino, Eddie Cibrian. A Cibrian le toca interpretar a Nick Dalton, el típico abogado triunfador, archiconocido, con ambiciones políticas y con conexiones con la mafia que, supuestamente, tiene que provocar un coma profundo a cualquier mujer que se cruce en su camino. La seducción se queda en intento frustrado (prueba: estoy despierta) porque la responsabilidad del papel le queda enorme a un actor al que la frente le debe estar doliendo de tanto fruncirla para dar la impresión de tipo interesante con peligro. La sombra de Jon Hamm con su Don Draper de Mad Men es alargada y los responsables de casting debieron quedarse con la peor de las coplas al adjudicarle el personaje a Cibrian. Es probable que en manos de otro actor, y con otro peinado,  Dalton no hubiera tenido esa fachada de remedo de Draper, que hunde más la imagen de la serie con vistas a callar bocas en las comparaciones con los publicistas de Matt Weiner. Tampoco está de más destacar que el efecto nocivo se multiplica al ser su presencia bastante notable en este primer capítulo donde, en general, el nivel de actuaciones se mueve en el aprobado raspado.

Maureen se ve envuelta desde los minutos iniciales en una trama de asesinato al cargarse en defensa propia al capo mafioso de la ciudad, que pretendía violarla. Dalton que, claro está, ya le había echado el ojo a la conejita, la ayuda a deshacerse del cadáver, beneficiando de esta forma a su carrera para fiscal del distrito, porque, casualidad, el muerto era también su padrino en la familia y eso no queda bien. A partir de ahí, es natural que los esbirros del mafioso, se pasen por el club a hacer (poca) presión, mientras vemos como se empieza a desarrollar paralelamente una tensión de celos entre la novata Maureen y Carol-Lynne, la conejita estrella y amante de Dalton, que ve amenazado su puesto en las dos madrigueras.



Para lo que exige una historia de este estilo, la ambientación resulta demasiado aséptica. The Playboy Club necesita más suciedad, más garra sitúandose nada menos que en una Chicago heredera de una tradición criminal. El piloto no hace más que insistir en que el club y la mansión representan un bonito escape de la realidad  de aquellos años y, aunque se ve un esfuerzo en ver cuál es esa realidad, queda eclipsado por escenas que, por repetitivas, hacen que la fantasía resulte de plástico. Quizá no era necesario que el primer capítulo viésemos fiestas en el club y la mansión animadas ambas por unos jóvenes Ike y Tina Turner. Quizá hubiera estado mejor ahorrarse algunos cartuchos de glamour para más adelante, y así no dejar el tema de la organización clandestina de activistas gays en una subtrama diseñada a conciencia para cubrir de aquella manera la cuota histórica de la serie.

Los pésimos 5 millones de espectadores y 1.5 de rating en la demo levantados por la premiere no auguran mucho margen de mejora a esta producción con la que el pavo de la NBC esperaba lucir plumas tras un lustro de humillaciones en parrilla. Que no se diga que esta vez que la cancelación vino por la controversia de enseñar carne en la franja de las 10 de la noche.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Cromas mágicos


El otro día comentábamos por Twitter la prisa que se daba The CW en estrenar toda su pólvora en las dos primeras semanas de septiembre en lugar de hacerlo como el resto de networks a finales de mes. Claramente esto obedece a un motivo tan sospechoso como que sus series tienen la calidad de unas gafas de sol del top manta y, por tanto, hay que aprovechar  que no pasa todavía ningún poli de paisano por ahí (léase el resto de networks y canales de cable) para hacer negocio antes de tener que salir por patas. Más o menos ésta es la sensación que se confirma tras ver esta semana los dos pilotos de las grandes novedades de la cadena verde para esta temporada recién inaugurada: Ringer y The Secret Circle.

Ringer, el esperadísimo regreso de Sarah Michelle Gellar (o SMG para los amigos, que tu nombre se pueda resumir en siglas es un indicador de tu divismo) a la televisión tras Buffy ha provocado una sucesión de chascarrillos esta semana por razones extranarrativas. O bueno, quizá no tanto si paramos a pensarlo con detalle. El caso es que, al igual que ocurriera con el humo omnipresente del piloto de The Vampire Diaries, el departamento de efectos especiales ha vuelto a ser la víctima gracias a un cromatín parapetado en una escena marítima que debió de haber sido rodada en el jacuzzi de la Gellar, a tenor de la falsedad de las nubes, la ausencia de gaviotas y la combinación de viento desaforado y un aura brillante que rodeaba la silueta de la actriz. Y no, no se trataba de rodar la aparición de una santa. Cuando creíamos que nada podía superar a los cromas en primetime de la nave nodriza de Anna en V remake (ABC, 2009-2011), aquí tenemos la prueba cutre y patillera de que "impossible is nothing".

Más allá de la pantalla verde, de imposible también encontramos bastante en un piloto donde se desafían las reglas del giro de guión por metro cuadrado. Bajo la architrillada premisa de un intercambio de gemelas idénticas (una, Bridget,  ex prostituta dogadicta que busca redimirse, y la otra, Siobhan, ricachona con casa en los Hamptons pero mala persona), en el piloto se dan cita todos los clichés a los que podemos asistir extendidos en un culebrón de 200 capítulos. Desde amantes, hijastras rebeldes, embarazos fake, desapariciones hasta situaciones de peligro de muerte... Todo eso se cuela en apenas 40 minutos decorados con espejos que, más que ayudar a una Gellar oxidada a diferenciar las expresiones de una y otra hermana,  contribuyen a desorientar el pobre cerebro tras semejante acumulación de hechos.

Quizá la búsqueda de sentido a este desaguisado y, honestamente, la alta y divertida sensación de entretemiento' trash' de sábado 'antenatresero'  sea lo que me haga repetir con el segundo episodio.  Eso y la duda de si no había nada en la BBC para que Ioan Gruffud (Andrew, el marido magnate de Siobhan) haya tenido que aceptar este trabajo alimenticio. Aspirante a placer culpable (otra más), yo te saludo.


Y me temo que también habrá que hacerle sitio a las brujos adolescentes de The Secret Circle, que, tan sólo por su temática y la ligereza de su primera parada ya han conseguido hacer que me pique la curiosidad, al margen de que el aquelarre lo montan los mismos hechiceros de The Vampire Diaries. Sin embargo, al contrario del repelús que me provocó el piloto de ésta (tanto como para no sucumbir ni siquiera tras los comentarios de que la serie mejora), la llegada de Cassie Blake, después de la muerte de su madre, a la casa de su abuela en el pueblo costero de Chance Harbor para descubrir que pertenece a una estirpe de brujas de 300 años, me ha entretenido lo bastante como para volver. Tampoco es que haya que hacer la cuadratura del círculo para superar a aquel desproposito, pero en este primer capítulo se ponen las piezas para llevar un producto sobrenatural digno dentro de las previsibles tramas y arquetipos que se nos presentan en el frente 'high school' liderados desde el minuto uno por unos potenciales cuernos y la aparición de la siempre necesaria bitch,  interpretada por Phoebe Tonkin, una de las (por si no estábamos cargados ya de basura y aires de Antena 3) sirenas de H20.

Tonkin interpreta a Faye, que, además de perra del infierno, también es bruja, como casi todos en el pueblo  (si por algo en los libros el sitio se llama New Salem...), y no hace falta decir que el personaje le da cien vueltas de Cassie , a la que aparte de ser buena sin más , tampoco no ayuda que la encarne Brittany Robertson, por eso de que vivimos con el temor de que le salga el ramalazo de la insoportable protagonista de Life Unexpected. Ella dos forman parte de un círculo de seis jóvenes brujos (dos chicos y cuatro chicas, esto no es como la paridad de Friends) que con la llegada de Cassie se ve completo y habilitado para que sus miembros aumenten y controlen sus poderes a espaldas de lo que queda de sus progenitores, que perdieron a sus respectivos en una de esas sesiones y reniegan de la magia desde entonces... Salvo dos de ellos en concreto que tienen unos planes muy oscuros que involucran a ¡sorpresa! Cassie.  Por supuesto, que, entremedias,  a la novata aún tendremos que aguantarla unos capítulos más con su crisis de "yo no soy bruja" y "no voy a sucumbir a Adam el novio de Diana, la líder, que no se merece que le haga esto porque me trata genial, no como Faye".

Hablando de maromos, el tal Adam no es otro que Thomas Dekker, el amigo de la porrista de Heroes y John Connor en las crónicas de su madre. Decepcionante tratándose de The CW que un cañón en extrañas horas bajas como Gale Harold (Brian Kinney en Queer as Folk), en calidad de villano de la función, arranque más suspiros que el supuesto 'hottie' de la serie por mucha mirada intensa 'cullenesca' que lance. Será el síndrome de abstinencia de Harry Potter pero, por el momento, estoy dispuesta a jugar a adivinar qué artista suena en qué momento con esta serie que ha comenzado con buen pie en los ratings tienendo a los vampiros de Mystic Falls como 'lead-in'.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

'Anchounia' de Bon Temps

Si no quieres beber una sangría de spoilers de la cuarta temporada de True Blood, deja de leer a la de ya.

Si Alan Ball no hizo el conxuro da queimada en su serie en esta cuarta entrega de True Blood es porque, que se sepa, no ha visitado Galicia nunca. De lo contrario, hubiera metido alguna referencia además de colar por ahí a la Santa Compaña en los caminos de Bon Temps. Total, ¿qué más da por añadirle un ingrediente más a la macedonia de lo sobrenatural en la que se ha convertido el hit de la HBO? Vampiros, cambiaformas multianimal, hombres lobos, hombres pantera, hadas y, ahora meigas... Bueno, en realidad,  brujas y 'bruhos' que, a tenor lo vivido, sólo irían a firmar a un examen de español básico del Instituto Cervantes.

Un dato inaudito teniendo en cuenta que la grandísima villana de esta entrega resulta ser coetánea del padre del Quijote, sólo que en vez de morir en una hoguera de Alcalá de Henares, lo hizo en una de la capital de La Rioja. El espíritu de la nigromante Antonia Gavilán de Logroño se encargó de poseer el cuerpo y compartir consciencia con Marnie (la Tía Petunia de Harry Potter por fin cumple su sueño de soltar maldiciones), una bruja de esas normalillas y que podría salir en un canal echando cartas de madrugada, pero con la que comparte un odio visceral por los chupasangres, que, en el pasado se infiltraban bajo las sotanas inquisidoras que gustaban de asar a las brujas cuales pollos. Antonia se encargó desde las llamas de sacar a los vampiros de sus ataúdes para que todo el mundo supiera de su existencia y, claro, cómo para no ganarse un hueco por derecho propio en la historia vampira...

'Anchounia' ha llevado ella la sola la batuta de una temporada delirante, mucho más consistente (¿este adjetivo es válido para hablar de True Blood?) y choteada de la cabeza que la anterior, donde sobrasalía un tal Russell Edgington, el antiguo rey vampiro de Mississippi y Louisiana, que volverá de entre los cementos el póximo año tal y como se vio en una season finale plagada de promesas y sorpresas en la mejor tradición 'whatthefuckeante' de esta serie. Con todo, la finale no pesa lo mismo que los once episodios que la preceden, donde se fueron acumulando un sinfín de tramas engorde como un buen menú fritanga del Merlotte's.

Digno de abuso de morfina fue todo el tema de la rama 'were' de la serie. A saber:  Alcide y su mujer, Debbie, la loba drogata; Sam y sus problemas con su hermano Tom alias Minisam; MiniSam y la madre de Hoyt a la que tima; el triágunlo Sam y la profe cambiaformas y el líder lobo que se lo quiere comer porque le ha quitado definitivamente a la chorbi; Sam y el absentismo laboral de Sookie... Ah, que esto último no era, pero contad cuantas veces aparece el nombre de Sam en estas líneas y será fácil hacerse una idea de cuánto ha chupado cámara él (el pronombre también cuenta) y las movidas que lo rodean. Por supuesto, no nos podemos olvidar tampoco de las panteras chabolistas que violaron a Jason, al que pretendían convertir en semental del poblado, aunque ahora parece que tendrá esa oportunidad  el reverendo Newlin remasterizado en vampiro.

El joven Stackhouse poco ha hecho este año aparte de conseguir vía extorsión su licencia de ayudante de sheriff en ese año (o minutos, según se mire) en el que Sookie se pasó en el mundo de las hadas mirando cómo gente se comía bombillas de bajo consumo subvencionadas. Sé que a esa familia le gusta más un vampiro que a un tonto un lápiz, pero True Blood no puede caer en rutinas más allá de la Rutina que interpreta a Tara.  Jason es el pichabrava oficial de esta serie y el único fiel a su cuota de enseñar cacho sí o sí, pero ¿liarlo con Jessica? ¿Y más después de que ésta rompiera con Hoyt? Muy forzado por mucha lujuria de sangre y ganas de jugar a los pornodisfraces que hubiera. Además, Jessica lleva pidiendo a gritos un arco alejado de diatribas amorosas como se pudo ver en ese par de capítulos donde hizo equipo con su maestro Bill para combatir la avalancha de Logroño.

Aquí donde lo afirmo, Bill me ha parecido de lo mejorcito de esta temporada desde su butaca de rey pelele de Louisiana, mostrando un lado pseudoautoritario muy distinto de la empalogosidad de lo suyo con Sookie, ahora dedicada a practicar posturas con un Eric desmemoriado por Antonia (lo que ha hecho esta señora por quienes queríamos ver a esos dos juntos...). Incluso ese homenaje a Sid Vicious con eyeliner hasta los colmillos que se marcó en un flashback al Londres punk de principios de los 80. Lo único reprochable es que, dentro del absurdo que se estila por estos lares, ver morir en sus manos a dos vampiras más poderosas que él  resultó tan patético como los medios utilizados para ello. Echaremos de menos a la reina Sophie-Anne, personaje desaprovechado donde los haya, y a la Flanagan, que prometía rebelión  para el próximo año antes de acabar estacada en un decisión procedente del trasero de Alan Ball en el último segundo antes de meterse en el retrete a pensar.

Eric en modo dulce tiene su aquel como su reverso tenebroso, aunque queda patente que sin polvo de hada en vena, Sookie no se comería un rosco en ninguna de las dos versiones del vikingo. A la no-camarera sólo le faltó ponerse a jugar al 'pito-pito (no pun intended) gorgorito' con los dos chupasangres para ver con cuál de los dos se quedaba. Alcide, desde luego, hace una labor de caridad ayudándola a decidir y fijo que le estará eternamente agradecido por haberse cargado a Debbie después de que ésta (pincha en el link bajo tu responsabilidad. SPOILER) le volase la cabeza a Tara.

Al final, parece que la prima de Lafayette está hecha para sufrir porque ni la novia streetfighter que se echó ni los aquelarres con Antonia han evitado un destino trágico. Esta temporada Tara al igual que Bill, ha estado más soportable de lo habitual, así que me daría pena que se fuera, todo lo contrario a lo que pasó con MiniSam. Más igual me ha dado la muerte del 'bruho' Jesús, al que no le salvó ni la máscara azteca de sus ancestros ante su novio Lafayatte, embutido en seda japonesa y poseído por Marnie.

El cliffhanger del penúltimo episodio, el de la derrota de Marnie, debería hacer sido la auténtica traca final viendo la chusca  manera en cómo se resolvió esta última posesión, fantasma de la abuela de Sookie en camisón mediante. De todos modos, el pobre Lafayatte ya había puesto su cuerpo  en alquiler a lo Odamae Brown desde que la chica negra, sirvienta de los Bellefleur en los años 30, también se le metiera dentro para perseguir al hijo diabólico de Arlene, a la que rizando el rizo se le aparece René para advertirla. ¿Qué será lo esconde Terry? Con Scott Foley de por medio, nada bueno, seguro. De verdad, voy a empezar a pensar que Shonda le ha pasado el teléfono a Ball para que lo contrate y dé el callo en esta serie también...

 

Como esta entrada se está haciendo más larga que un capítulo de la serie protagonizado por Sam, vamos a cerrar con el estado de la cuestión con vistas a la próxima temporada. Así de primeras parece que nuestros colocones de 'V' más intensos se pueden hacer realidad viendo la limpia de personajes que nos ha dejado la season finale, pero las preguntas se reproducen por esporas:

  • ¿Cómo la liará Russell?
  • ¿El lobo acabará con el linaje de Merlotte's de una vez por todas y, lo que es peor, Sookie podría heredar la gerencia del bar y llevarlo a la ruina por negligencia?
  • ¿Sookie será "inteligente"y se irá a que la huela Alcide?
  • ¿Veremos a Jason de vampiro?
  • ¿Tara muere de verdad o vendrá sufriendo también como chupóptera? ¿O se atreverán a abrir la veda de los zombis con ella?
  • ¿Morirá el personaje de Scott Foley en el primer episodio?
  • ¿Se creará un ejército de hados descendiente del sheriff Andy que permita por fin ver a hadas más de cinco minutos?
  • ¿Seguirá diciendo Pam aquello de 'fucking Sookie'? Seguro.

...Y así continuaríamos hasta llegar a Logroño. 

PD: Recomiendo encarecidamente ver esta serie en compañía o en un chat en línea. El triple de diversión :)

sábado, 10 de septiembre de 2011

Aquí hay noticia


- El caso Elms es trágico, pero no es noticia. Es hora de acabar con él.
- ¿Acabar?
- Una historia demasiado personal.
- ¿Qué son las noticias sino algo personal, Clarence?
- Todo es personal, de otro modo, ¿para qué escribir sobre ello?

Reproduzco este extracto de un diálogo de The Hour porque creo que en él se encuentra el quid de lo que ha sido la gran serie de este verano que ya termina. Una producción que la BBC podría haber estrenado perfectamente en otra estación del año o emitirlo en su primer canal, en vez de en el segundo. El relato de lo que ocurre alrededor de un programa semanal de noticias, innovador en sus planteamientos para que lo que estaba acostumbrada la BBC en octubre de 1956, en las medianías del estallido de la guerra del canal de Suez, trae de nuevo a la palestra viejos compañeros de pupitre como son las conspiraciones y el  carácter osado de periodistas que las persiguen sin descanso.

Uno de esos periodistas es Freddie Lyon (Ben Winshaw), una especie de 'enfant terrible', lleno de talento, pero desbordado por la pasión e incapaz de mantener el pico cerrado cuando debe, lo que le inhabilita para hacer pasillos y, por tanto, le coloca en la lista negra de cualquier productor cuando piensa en repartir responsabilidades. Sin embargo, su momento de oro llega cuando su mejor amiga Bel Rowley (Romola Garai) tiene la oportunidad de dirigir The Hour el nuevo programa de la cadena, con el que directivos de la misma pretenden ofrecer una imagen moderna de la coporación, empezando por la decisión de poner al cargo a una mujer. Ambos amigos, por razones distintas, tienen la oportunidad de probar lo que valen avalados por la figura paternalista de Clarence Fendley (Anton Lesser), el enlace con los mandamases, que de alguna forma han logrado enchufar a un tipo de la alta sociedad británica con dudosa experiencia llamado Hector Madden (Dominic West, conocido mundialmente como McNulty para los que han visto The Wire) para que presente el informativo. Pero todo se empieza a torcer cuando una vieja amiga de la infancia de Freddie contacta con éste consumida por los nervios justo antes de antes de ser encontrada ahorcada en su bañera.

A partir de este momento, la guionista de la serie, Abi Morgan (también detrás del libreto del 'biopic' de Margaret Thatcher con Meryl Streep), no se da prisa en acelerar la acción en los seis episodios de los que dispone, pero tampoco escatima en llenar la pantalla de detalles (anacronismos lingüísticos aparte) pesa y pequeños progresos que sumergen al espectador en una frondosidad temática en la que tienen cabida el espionaje; el panorama político de la Guerra Fría; las tensiones entre el ansia controladora del poder político y la necesidad de dar una información veraz, justa y crítica; y la ambición y los líos sentimentales del triángulo Freddie-Bel-Hector. Con esa variedad no hubiera extrañado una dispersión en el hilo argumental de la serie, pero las piezas, acaban encajando de un modo mucho más natural del que podría parecer en los dos primeros capítulos. Y todo ello envuelto en una cuidadísima ambientación coronada por un omnipresente bajo de jazz, que, a veces, se nota demasiado y distrae de la escena.

De los tres protagonistas quizá sea Hector el menos atractivo de entrada, pero el hijo de papá consigue interesar por las contradicciones que va revelando su personaje y por las decisiones que se ve abocado a tomar. West, además, cumple con una interpretación comedida, muy en la línea del hombre que tiene que agradar a todo el mundo. Todo lo contrario que  la catarata de verborrea de Freddie, al que el histrionismo de Winshaw puede llegar a perjudicar hasta cierto punto, pero se olvida una vez que nos dejamos atrapar por la historia. Poco se desarrolla en estos capítulos sobre Bel, más allá de una relación complicada con su todavía más complicada madre, su estrecha amistad con Freddie y su determinación. Habrá que esperar a la ya confirmada segunda temporada para ver más de lo que es capaz de ofrecer una Romola imparable, aunque de esta etapa me quedo con su química en las escenas con Winshaw.



El citado Clarence encabeza  un sólido plantel de secundarios formado por la reportera hecha en mil batallas, Lix Storm (Anna Chancellor), pegada a sus cigarrillos y casada con el trabajo; Marnie (Oona Chaplin, hija de Geraldine, nieta de Charlie) la esposa de Hector, una ama de casa adinerada de manual;  Angus McCain (Julian Rhind-Tutt), el representante de Downey Street que vigila todo con lupa menos a él mismo. Les siguen los dos becarios de la redacción, la secretaria Alice (Kelly-Jayne Adams) y el ayudante de Freddie, Isaac (Joshua McGuire). Atención también para los fans de Torchwood porque el rostro de ultratumba de Burn Gorman hace una aparición especial.

Parece que se ha convertido en coletilla crítica comparar con Mad Men cualquier cosa en la que salgan sombreros, humo de tabaco y mujeres con moño impacable, incluso si se desplazan en avión como le está ocurriendo también a Pan-Am, uno de los platos fuertes de la parrilla de la ABC esta temporada. Sin haber visto nada de los publicistas sesenteros de Madison Avenue, lo cierto que es que The Hour tiene sus referentes películas tan idiosincrátimente periodísticos como Good night, and Good Luck (2005) de George Clooney por todos esos rifirrafes entre prensa y poder y por situarse amabas en la década de los 50, y con Al filo de la noticia (Broadcast News, 1988) de James L. Brooks por cómo están configurados los tres personajes principales y la dinámica que se da en ellos.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Torchwood 2, el pasado de Jack

Es momento de desgranar lo que ha sido el segundo volumen de las aventuras del Capítán Jack Harkness y su tropa de la base Torchwood en Cardiff. Enclavados entre las temporadas tercera y cuarta de Doctor Who, estos trece capítulos se despojan de gran parte de las lacras de las que padecía el paquete anterior, aquejado de momentos de vergüenza ajena pese al manifiesto tono oscuro que se le querían dar a las tramas. No sólo se consigue que éstas transmitan lo que deberían, sino que también se ahonda mucho más en esos personajes secundarios que quedaban un tanto eclipsados por la figura del Capitán.

Pero, claro está, Harkness es la razón de ser de la serie y no nos vamos a librar de una buena ración acerca de su pasado hasta llegar a sus mismísimos orígenes, de cuando vivía en cierta península de la que no daré el nombre para no destripar uno de los grandes misterios de Doctor Who. El pasado es un truco muy recurrido cuando se trata de poner a los héroes en problemas muy serios. Siempre quedan asuntos sin resolver que no sabes cuándo volverás a tratar y el hecho de que la amenaza te conozca antes y mejor que tus actuales enemigos multiplica el peligro. Como ya le ocurriera al mismo Doctor con el Master, esta temporada nos ha presentado la horma del zapato de Jack. James Marsters, el Spike oxigenado de Buffy Cazavampiros, se encargó de darle más chulería si cabe al chulesco Capitán John Hart, otro agente del tiempo como Jack, con el que compartió sus más y sus menos y que viene dispuesto a echarle muchas cosas en cara. Hart funciona como una némesis perfecta y resentida, pero en línea con la personalidad de Harkness posee la misma desvergüenza, carisma y  facilidad para embaucar que hace tan atractivo al personaje de John Barrowman, de modo que no es extraño que se le acabe cogiendo un poco de cariño.

Con Gwen Cooper seguimos viajando por esa nueva situación familiar derivada de los acontecimientos ocurridos en la primera temporada y en esa especial relación con Jack, siempre tan ambigua. De Owen, Ianto y Toshiko se nos da una pista en esa pequeña maravilla llamada 'Fragments' (2x12), pero lo cierto es que se van desperdigando píldoras a lo largo del resto de capítulos donde consiguen mostrarse como algo más que trabajadores de Torchwood. Owen, en concreto, nos lo hace pasar muy mal en uno de los arcos argumentales más impactantes de este volumen, y no es sólo por la cara chunga de Burn Gorman o la aparición especial de una 'companion' en particular.

Los arcos de dos episodios siguen mezclándose con casos episódicos mejor labrados en general salvo unas pocas excepciones, donde es imposible evitar más de un bostezo por el poco ritmo que se le imprime al asunto. Pero, por suerte, quedan para el recuerdo el emotivo 'To the Last Man', el terrorífico 'From Out of the Rain' y el sorprendente 'Adrift', todos ellos muestras de cuando esta serie quiere, puede, regalando buenas historias y personajes que crecen en ellas.

Por eso, en un momento en que la serie parecía haber encontrado su camino sorprende el giro que da Russell T. Davies en la season finale, donde decide darle un drástico lavado de cara a su serie. La decisión conforma uno de los puntos álgidos de un magnífico capítulo que corona la buena marcha de la serie en esta etapa. Un shock que deja la casa del revés con vistas a la tercera temporada de Torchwood, subtitulada Children of Earth.