martes, 30 de agosto de 2011

Cinco razones para ir más allá con Fringe

Cuando Fringe fue estrenada hace tres años en la FOX, lo tenía todo para que no llamara mi atención. Sí, salía Joshua Jackson que volvía a la televisión tras interpretar a Pacey Witter en Dawson's Creek, pero el simple amor no pudo mover las montañas que venían en forma de J.J. Abrams, un piloto de hora y media, y unos episodios siguientes bastante tibios según las críticas. Abrams había caído en desgracia para mí desde el momento en que dejé tirada a Lost en su segunda temporada y me negaba a dejarme seducir por sus ya famosos juegos de 'hype and seek' donde básicamente se trata de buscar la nada. En cuando a la duración de su primer capítulo, bueno, es una fobia que arrastro desde siempre, lo que unido a unos episodios sin más y que, encima se extendian a 50 minutos derivaba todo en una pereza de burro. Total, que se había quedado en esas serie que no iba a ver porque no me daba la gana y, por cosas de la universidad, he acabado no sólo por verla, sino por maratonearla vorazmente. ¿Qué ha pasado para que ahora opine así?

1) Los episodios pesados del principio no lo son tanto. Mucho se le achaca a Fringe la factura autoconclusiva de sus primeros compases y la sensación de no tener ninguna sustancia que dé razón a toda aquellas sucesión de hechos extraños y a aquellos personajes que están ahí para resolverlos. Un procedimental de ciencia ficción y historias paranormales era la definición más frecuente que se le daba, pero no podían estar más equivocados. Si bien los primeros episodios son una escolma de WTF que entretienen de manera desigual dependiendo el caso, alrededor del capítulo 12 la serie corrige su trayectoria y empieza a quitarse el corsé de la fórmula. Se explora a sí misma y a las posibilidades que ofrece el mundo ficticio en el que se desarrolla. En episodios como 'Ability' (1x14), 'Inner Child (1x15) y 'Bad Dreams' (1x17) y, sobre todo, 'The Road not Taken' (1x19) se ponen los cimientos para una sólida trama serializada que continua hasta la tercera temporada, pero que, curiosamente, es muy difícil de asimilar si no se ha pasado por la parte menos buena de la serie, en la que sobresale el cuarto episodio 'Arrival', donde se introduce la figura del Observador. Al fin y al cabo, en estos actos se nos presentan a cuentagotas todas las piezas argumentales y emocionales que intervienen en el puzzle.

2) Unos personajes que van a más. Aunque parezca lo contrario, Olivia Dunham (Anna Torv), la rubia agente especial del FBI, con su supuesta sosez y pose reservada, es de lo mejor de la serie. No estamos ante un personaje extremo construido o bien a base de misterio, sarcasmo o bien a base de una docilidad demasiado cándida, todos ellos caracteres a los que estamos bastante acostumbrados. Se trata de una heroína carente de estridencias que prefiere comerse ellas sola sus demonios, sin la necesidad de crearse una fachada para superarlos, lo cual la hace parecer muy vulnerable y real (no sufre poco la mujer, no). Todas sus energías, malas y buenas, las canaliza hacia su trabajo donde acaba por ganarse la confianza del duro agente especial Broyles (Lance Reddick), responsable de la división Fringe.

En el otro extremo está el doctor Walter Bishop (John Noble), un personaje del que al principio no dan más pistas que el del típico científico chalado. A mí, personalmente, tardo en ganarme porque el estereotipo me cargaba demasiado, pero con el paso de los capítulos y gracias también al giro que da la serie se descubre un personaje entrañable que expía puede sus errores como hombre de ciencia y como padre. Peter Bishop (Joshua Jackson), el hijo pródigo, de pasado más que turbio y reconvertido en colaborador de la justicia tampoco se aparta de nada que hayamos visto antes, pero aporta esa despreocupación que hace falta en un laboratorio donde no hay término medio entre la gravedad de Olivia y la locura de Walter. Entre los tres logran una química que va más allá de la de simple equipo y que bascula más hacia la de la familia, donde Astrid Farnsworth (Jasika Nicole) , una agente junior del FBI que asiste a Walter en sus experimentos, es la niñera que lo cuida, dando lugar a más de una escena cómica por la incapacidad de Bishop de llamarla por su nombre.

Otros personajes como Nina Sharp (Blair Brown), alta ejecutiva de la empresa de tecnología Massive Dynamics, y el mencionado Broyles arrojan sobre sí mismos la suficiente ambigüedad como sentirse intrigados por sus planes.

3) Preguntas con respuesta.
Una vez que la serie se atreve a profundizar en el potencial de su propia mitología, encuentra la tecla para ofrecer una sinfonía de conceptos, como el cortexiphan, el Observador o el choque de realidades, que atrapan al espectador y lo guían a través de cliffhangers que sí desembocan en respuestas. Para cuando se alcanza la espectacular season finale de la primera temporada sólo se ha mostrado la punta de un iceberg del que todavía está por saber todas sus características, pero del que se han suministrado los suficientes datos para seguir estudiándolo con éxito. El azar, si existe en los guiones de Fringe, está muy bien disimulado.

4) John Noble y Anna Torv. Ambos actores australianos se hacen con sus personajes a la perfección. Además de una voz muy marcada, la cantidad de registros que Noble da a Walter es inmensa, y hace convincentes los súbitos y numerosos cambios de humor que experimenta el doctor. Por su parte, Torv se encarga de ir imprimiendo cambios sutiles en Olivia conforme el personaje interactúa con sus compañeros y se enfrenta a desafíos, en un papel muy alejado de aquellas adúltera de Mistresses.

5) Bad Robot de la vieja escuela. O lo que es lo mismo, un homenaje a la primera gran creación con la que factoría de J.J. volvió loca a su audiencia, cortes de pelo en Felicity, aparte: Alias. Roberto Orci y Alex Kurtzman, las otras dos mentes pensantes de Fringe, proceden de la cantera de guionistas del show de espías protagonizado por Jennifer Garner y no sorprende que algunos de los trazos de aquella ficción reaparezcan aquí de una forma completamente renovada en un contexto muy a lo Expediente X. Desde el primer minuto la intertextualidad entre ambas series es, pues, evidente para quien se ha empapado de Alias con anterioridad. Es un plus identificar motivos como la protagonista femenina, la premisa del prometido muerto y el resto de palos emocionales a lo que se ve sometida, las difíciles relaciones paterno-filiales y un peligro por encima del entendimiento humano, entre otras cuestiones que van apareciendo conforme avanzamos en Fringe.

domingo, 21 de agosto de 2011

Sirenas que suenan bien

En cualquier ejemplo de entre todo el porrón de series anglosajonas protagonizadas por médicos y cirujanos, los paramédicos suelen tener un papel muy secundario y casi invisible, tanto, que parecen condenados a no pasar del umbral de urgencias. De ahí que producciones como Sirens, estrenada en junio por el canal británico Channel 4, supongan una pequeña nota distinta en ese universo de camillas, sueros, placas reanimadoras y bisturís.

La serie sigue en seis capítulos las vivencias de una unidad de ambulancias formada por tres paramédicos de la ciudad inglesa de Leeds, pero lejos de la premisa espectacularizante de un Trauma miamesco de Jerry Bruckheimer, Sirens suena más en el barrio de las 'buddy movies' y las ralladuras mentales y metidas de pata de sus protagonistas así como de un humor negro plagado de coñas internas que hacen más llevaderas las horas muertas y la vida. El más dado a filosofar y a analizar en exceso es el amigo Stuart (Rhys Thomas), la figura principal del trío, una especie de Meredith Grey en hombre, con la misma torpeza e incapacidad para intimar con sus semejantes, los necesarios 'family issues' de cabecera y con el mismo amor por la voz en off al inicio de los capítulos, aunque con un discurso mucho más incorrecto y mordaz (que esto no es Shondaland, es Gran Bretaña) y con un CV sentimental en la que no hay McDreamys femeninas que calienten la parte trasera del furgón.

Le acompañan en el vehículo Ashley (Richard Madden en todo su esplender después de encarnar a Robb Stark en Game of Thrones), un guapo paramédico gay alérgico a establecer vínculos con sus conquistas y Rachid (Kayvan Novak), el aprendiz de origen pakistaní que tiene el humor menos retorcido de los tres y que busca probar su valía en el servicio. Ambos personajos sirven de contrapunto a Stuart, que puede resultar demasiado reina del drama y cargante según las situaciones, y entre los tres consiguen ofrecer las mejores estampas de esta única temporada a falta de que se anuncie renovación.

Pero los tres paramédicos no son las únicas sirenas de esta producción inspirada en el libro Blood, Sweat and Tea, que recoge las experiencias que Tom Reynolds, un conductor de ambulancias de Londres, vertía en su blog. También entran en juego la pareja de policías locales Maxine (Amy Beth Hayes, la chica-señora que se acostaba con Nathan en Misfits) y Ryan (Kobna Hooldbrook) con la que se encuentran en más de una emergencia laboral... y también personal. A Maxine tampoco le faltan neuras y mala suerte en sus relaciones, de modo que no extraña que las comparta con Stuart, que la atiende en calidad de mejor amigo.

No se trata de historias que no hayamos visto antes, pero en Sirens se muestran con honestidad y sin artificios. El guión no busca de forma insistente la risa, sino que recrea situaciones patéticas de las que nos podríamos reír de forma natural en la vida real. Definir la serie como comedia sería exagerado del mismo modo lo sería tacharla de drama. Probablemente, estemos ante buena mezcla de ambos en la que los diálogos freudianos y ridiculamente analíticos descargan gran parte del drama que se crean los protagonistas, que en su búsqueda por darle un sentido a todo se lían mucho más.

Pese a que tanto acento en diálogos a la velocidad de la luz pueda echar para atrás hasta a los cerebros más resistentes a semejantes chapas, Sirens carece de toda aspiración pretenciosa. Una serie de esas llamadas amables y simpáticas, muy propias de estas épocas veraniegas, en las que, como Stuart, más de uno acabamos haciendo planes vitales tras una sesión terapéutica con los amigos en la terraza de un bar.

viernes, 12 de agosto de 2011

The Borgias y las etiquetas

Decir que True Blood es un drama es uno de los mejores chistes que se puede contar últimamente, porque lo que es drama-drama poco tiene viendo su memorable colección de WTF cómicos. Pero da la casualidad de que la serie tiene que ser encajada en alguna categoría para que el torso desnudo de Alexander Skarsgard y los pechos de la Paquin opten a premio, así que, ya que estamos, vamos a aprovechar su duración de casi una hora para colocarla en el lugar de la reflexión profunda y la lágrima. Desde luego, quien se acerque por primera vez a la serie de Alan Ball se llevará una sorpresa si sólo se fía de lo que digan las listas de los Emmys aunque, en general, el verdadero Belcebú en estas historias de falsas expectativas es el márketing de los estudios y cadenas. Que hoy se lo digan a The Borgias.

Estrenada esta midseason por el canal Showtime, fue vendida como un drama centrado en los chanchullos que se traía la famosa familia de origen valenciano en el Vaticano. Todo muy al estilo de The Tudors, el drama con tintes culebronescos que el canal mantuvo cuatro temporadas en antena. Comenté que su doble piloto adolecía de falta de ritmo, y lo cierto, es que hasta el cuarto capítulo las intrigas del papa Borgia y su prole fracasaban a la hora de entretener. En parte, esto se debió a que el personaje más destacado seguía siendo el pontífice interpretado por un Jeremy Irons muy comedido, que contaba con una línea argumental sin la suficiente solidez, mientras que sus hijos tampoco mostraban nada especial que aportar al conjunto de drama. Y en la cima de todo esto se encuentran esas incómodas patadas a los libros de Historia y al origen de la casa Borgia por parte de los guionistas (no sé hasta qué punto la obra de Mario Puzo en que se basa la serie tiene que ver con esto. No la he leído).

Pero todo da un giro de 180 grados en cuanto se hincha el protagonismo de Cesare, Juan, Gioffre y, muy especialmente, de la "dulce" Lucrezia Borgia, que se convierte en la reina absoluta del baile. Si su contribución como personajes dramáticos era cero, su maestría para lo escatológico quedó más que demostrada. Con ellos The Borgias se destapó como lo que es: un dispiporre situado en el Quattrocento, en el que el exceso y la incorrección política funciona como la única tarjeta de presentación y la Historia es una prostituta al servicio del guión. Las historias en las que se embarcan los hijos de Alejandro VI y cómo están ejecutadas recuerdan a una opereta de vodevil, pero cómo enganchan las malditas. Las carcajadas que arrancan unos diálogos y escenas totalmente alucinadas como ése intento de seducción de Lucrezia en los establos... ¡Jugando a palmas! "¿Neil Jordan tiene un límite?" es la pregunta más recurrida desde 'The Borgias in love' (1x05) hasta la finale 'Nessuno' (1x09). No es exageración.

Los personajes secundarios funcionaron como otro de los grandes agitadores de la temporada, empezando por el asesino Micheletto, una presencia misteriosa a la que siempre acompaña una sombra de desconfianza pese su lealtad declarada a Cesare. Sin embargo, ya que la serie había entrado en una espiral de desverguenza muy clara, otros tipos clamaban por su trozo también. Ahí estan Giovanni Sforza (Ronan Vibert), puesto como un malo malísimo con menos luces que un zulo; Alfonso de Nápoles (Augustus Prew), una locaza heredera de un padre ahora decrépito, otrora sanguinario; Sancha de Nápoles, una ninfómana; el rey Carlos VII de Francia (Michel Muller), un borrachín; y Ursula Bonadeo (Ruta Gedmintas), una que va de pía y las mata callando. Eso, por citar los más importantes, porque todavía hay piezas que faltan para completar este cuadro de serie.

En la mejor tradición del "nunca juzgues un libro por su portada", The Borgias parece lo que no es. Sí, cuenta con unos medios técnicos y una producción de lujo en las antípodas de la calidad de su historia, aunque se notan sus pasos autoconscientes hacia el rumbo que quiere tomar y, con ello, ya ha expresado su deseo acerca de cómo debe ser percebida por los espectadores. La próxima privamera y pasado el trago del debut, sabremos a qué aternernos con lo que pase en el Vaticano tal y como lo hacemos los que veraneamos a la vera de los vampiros de Bon Temps.