domingo, 30 de enero de 2011

Pilotando Being Human US: El título es coña, ¿no?

Crepusculización: dícese de todo aquel proceso por el que se elimina cualquier atisbo de fealdad en las criaturas sobrenaturales, normalmente vampiros, con el fin de ponerlos a desfilar sobre una pasarela. [ACTUALIZACIÓN: Dicho proceso se completa con la inclusión de un fuerte autodio por actos cometidos en el pasado, que se refleja en personalidades distantes, depresivas y melancólicas, y en comportamientos donde abundan las miradas intensas, dando lugar a una ilusión barata de misterio.]

Seguramente durante este mes de enero os habréis cansado de leer las palabras remake, UK y US hasta cuando leéis en sueños. Normal, con los estrenos de las versiones americanas de éxitos británicos como Shameless, Skins y Being Human. De la primera no puedo hablar porque no he visto la original, y de la segunda me he propuesto acabar su temporada antes de decir nada pero, con la última, me han bastado los dos primeros capítulos emitidos por el canal SyFy para decidir que no merece la pena invertir más tiempo en ella.

Cuando detestamos un remake puede deberse a dos causas: 1) Que lo odies porque es un calco a papel cebolla del original, con actores que no pueden competir con los pioneros (como a mucha gente le ha pasado con el piloto de Skins US),
o 2) que lo pongas de vuelta y media porque, en su afán de diferenciarse, cambian las cosas que funcionan y, de paso, terminan por afectar el concepto que hizo grande al original. El primo yankee de Being Human entra dentro de esta segunda categoría que, a todas luces, me parece más peligrosa. Al menos, los remakes plano a plano son más humildes con lo que muestran y no pretenden ir de nuevas cuando en, el fondo, no es cierto y encima empeoran el precedente. Está claro que productos como Battlestar Galactica, verdaderas reimaginaciones alternativas de un universo ficticio ya determinado, hay muy pocos.

Toby Whitehouse, creador de la serie genuina, basa su propuesta en bombear sangre a los personajes del vampiro, la fantasma y el hombre lobo que comparten piso, a través de la desmitificación de su fantasía. Mitchell, Annie y George parecen tan humanos como cualquiera de nosotros: pasan por las mismas situaciones ridículas, lloran y hasta sudan. Además, las características sobrenaturales de los personajes no van más allá de lo básico, todo para favorecer la sensación de normalidad
(Annie no es translúcida, por ejemplo), como si lo único 'raro' del chupasangre vecino de enfrente fuera que anda tapado hasta arriba en pleno mes de julio.

Se nota demasiado que Whitehouse no está detrás de la adaptación. De lo contrario, podría preguntarse por qué narices el vampiro Aidan (Mitchell) tiene esos poderes ultrasensoriales y esa velocidad, por qué Josh (George) identifica olores a distancia en su forma humana y por qué Sally (Annie) lucha para hacerse opaca. No voy a negar que mi opinión tan negativa de este remake reside en gran parte con el casting del vampiro. Sam Witwer ('Crashdown' en BsG) carece de los registros faciales de Aidan Turner, capaz de dotar de esa vulnerabilidad y pasión que requiere un personaje como el atormentado Mitchell. Witwer, en cambio, se queda en la mirada intensa y los morros prietos. Además, es un tipo de guapo diferente a Turner, más estándar, más de catálogo, por lo que resulta terriblemente lejano. Pero lo peor de todo, es que su caracterización huele a vampiro por todas partes. Si no, ¿a cuento de qué viene esa palidez extrema? Por no hablar del exceso de limpieza en su fachada y la ausencia de una mínima barba de tres días. Lo dicho, Being Human US meets Edward Cullen. Demasiado petróleo.

¿Ladykiller? Je, no, gracias. No quiero que tú me hinques el diente.

Si la aparición de poderes adicionales hiere de muerte la esencia del original, la ausencia de humor, la remata. Whitehouse es, además de guionista, comediante, de ahí el gran protagonismo del elemento cómico en la serie madre que, salta a la vista, no ha sido trasladado de Bristol a Boston. Es obvio que no se pueden adaptar las mismas gracias británicas pero, con esta reducción generalizada del humor, han despojado de toda su miga a los personajes de Josh y Sally, que funcionan en el original como perfectos alivios cómicos, uno, con sus neuras y, la otra con su afición compulsiva por el té y su lado maruja (hay que decir que tanto Russel Tovey como Lenora Chrichlow se adueñan de los personajes). Tampoco ayuda que a Josh le hayan endiñado una hermana a la que no veía desde que se convirtió en hombre lobo, con lo cual se añade un poco más de drama familiar al cóctel.

Contar con mayor presupuesto supone, a veces, eso mismo: una 'glamourización' involuntaria de esos ambientes sucios y cutres en los que nos introducen las series británicas, en muchos casos por falta de recursos económicos y, en otros, porque se trata de mantener un estilo verista. Pero aquí el dinero se debería haber utilizado para conservar las imperfecciones del mundo ficticio que nos presenta Being Human, porque ahí reside la razón de ser de la serie original y, por tanto, su humanidad.

Se acaba de estrenar la tercera temporada en BBC3. Si hay que empezar por una de las dos series, ésta es la buena.

viernes, 21 de enero de 2011

'Gleebos' de Oro

ATENCIÓN: Si no estás al día con Glee, mejor nos escuches esta canción spoilerosa.

Indignación. Quien es un pelín seriéfilo o fan de algo está acostumbrado a que, de vez en cuando, la sangre le fluya a temperaturas más altas de lo deseado. Porque nos separan a nuestra pareja favorita, porque nos meten a un actor que no pega con la idea que tenemos de un personaje, porque los guionistas cogen la guadaña y hacen limpia, porque nos salen con un remake... Esos golpes fortuitos que, por imprevisibles, se pueden tornar en heridas difíciles de cicatrizar. Pero, el seriéfilo sabe que hay dos noches en el año en las que, por su salud, debe tener a mano el té frío, o simplemente, los hielos envueltos en un pañuelo. Me refiero a las dos noches en las que se entregan los premios Emmy y los Globos de Oro en sus categorías de televisión. El 16 de enero tuvo lugar la ceremonia de éstos últimos y si no ardió Troya por segunda vez fue de casualidad. Y no sólo por el incendiario y genial monólogo de apertura a cargo de Ricky Gervais.

Bastó que Glee fuera la producción más premiada de la noche con tres galardones para encender la mecha y que se propagara por cualquier red social. Mejor serie comedia o musical, mejor actriz secundaria y mejor actor secundario. Ésa fue la cosecha que sentó mal a la platea por excesiva e inmerecida, aunque no se discute el galardón a Jane Lynch por su hilarante papel como la maquiavélica Sue Sylvester. En cambio, el premio al primerizo Chris Colfer se presta al debate que se medía ante rivales como Eric Stonestreet, que estaba nominado por segunda vez por Cameron en Modern Family, un personaje que borda, y ante Chris Noth de The Good Wife, serie que destaca por su nivel actoral.

Es difícil no juzgar separando interpretación del actor, personaje y líneas de guión. En los Oscar suele pasar, por ejemplo, que el artista puede llevarse el reconocimiento y, sin embargo, la película ser totalmente olvidable (ahí está Sandra Bullock). Que Chris Colfer sobresale en su intepretación de Kurt Hummel es un hecho y es lo que ha tenido en cuenta la prensa extranjera de Hollywood a la hora de votar, a pesar de la trama infumable al que está siendo sometido su personaje en la presente temporada a causa de su orientación sexual. Se ve que Colfer no tiene los ataques de divismo de la amiga Katherine Heigl cuando se negó a que la incluyeran en la lista de nominaciones a los Emmy por la pobre calidad de la historia de Izzie durante la cuarta etapa de Grey's Anatomy. Aún así, el 'bullying' a Kurt está a años luz de cualquier tipo de subtrama alucinada que se le ocurra Shonda Rhimes, pero no por ello lo que está haciendo Ryan Muphy deja de ser trasnochado, más por el cómo se plasma en pantalla (ese guión moralizante, poco sutil y machacón tan propio de épocas pasadas de la televisión), que por la necesidad de denunciar la intoleracia que se respira en los institutos que lleva a los jóvenes gays a suicidarse.

Pero tener a Kurt llorando por las esquinas capítulo sí, capítulo también, no sólo neutraliza por saturación el impacto del mensaje que se pretende transmitir aprovechando el tirón juvenil de Glee sino que, a nivel puramente creativo, afecta al tono general de la serie. Se trata de un producto petardo que se toma muy poco en serio a sí mismo, como ya quedó demostrado en la primera temporada con el asunto del embarazo de Quinn y la tripa de gomaespuma de Terry, la ex-mujer de Mr. Schue. Uno o dos capítulos excepcionales y bien armados centrados en Kurt hubieran bastado para reflejar la situación, no una entrega por fascículos donde hay que adivinar cuál será la siguiente cruz del personaje. En definitiva, está haciendo demasiado hincapié en el melodrama a costa de un personaje particular, justo lo que esta serie no es. Y, a mí, personalmente como espectadora, me provoca rechazo al personaje por cansino.

Tras estas líneas, se puede decir que periplo de Kurt a lo largo de esta segunda temporada es, en mi opinión, el factor que desluce más claramente el premio a la mejor comedia o musical. Sin embargo, también hay otros factores como la coherencia de los personajes o la cohesión de las tramas que es casi inexistente y dejan al descubierto unos capítulos donde las actuaciones musicales llevan todo el peso. Esto no le impidió el año pasado alzarse con el mismo galardón por encima de tótems como 30 Rock, Entourage, The Office y la también debutante Modern Family, cuya primera mitad de tempolarada fue brillante. La moda arrasó en esa ocasión, y en ésta, también. La reedición consecutiva del galardón, teniendo en cuenta que Nurse Jackie y The Big C estaban nominadas este año, no hace sino confirmar que Glee es un todo fenómeno donde confluyen un puñado de variables, y que los Globos de Oro son tan fanboys como cualquiera.

sábado, 15 de enero de 2011

Mistresses, unas veces, de lujo, otras, no tanto

Las pasadas Navidades fuimos unos cuantos los blogueros y twitteros que nos pusimos a seguir las conversaciones, aventuras, puñaladas de un grupo de cuatro amigas... No, no son de Nueva York, sino de Bristol (parece que no hay otra ciudad en Inglaterra donde situar series) y ninguna de ellas se compra Manolos y se paga el alquiler únicamente gracias a su sueldo de columnista en un periódico. De verdad, ¿por qué siempre hay que comparar cualquier serie de mujeres con Sexo en Nueva York, aunque se trate de un drama? Por su argumento, Mistresses (BBC, 2008-2010) podría resultar un producto demasiado frívolo para lo que acostumbra a presentar la corporación británica, pero esta afirmación se coge con pinzas una vez que se entra en cualquiera de los 16 episodios que componen las tres temporadas de esta producción, sobre todo, durante el primer año.

El primer bloque es, en líneas generales, el más sólido y el que mejor equilibra la comedia con el drama, además de hacer una coherente presentación de las cuatro mistresses protagonistas: Siobhan, la abogada que está intentando quedarse embarazada de su marido, pero con un gusto por las relaciones peligrosas; Jessica, organizadora de eventos, la más joven y amante de la vida, con cero ganas de compromiso y muchas de experimentar; Trudi, la viuda y estresada madre de familia; y Katie, la médico que estaba viviendo un affair con unos de sus pacientes terminales y, en cierta manera, roca sobre la que se apoyan las demás.

Aunque disfruten de tardes de tés juntas, no son el tipo de amigas que se lo cuentan todo unas a otras. Así, se ve claramente una conexión mayor entre las mayores del grupo, Trudi y Katie, y entre Siobhan y Jessica a la hora de hablar de la ropa sucia de cada una, lo que a la larga servirá para sembrar conflictos dentro del grupo. Todas ellas afrontan las consecuencias de su estilo de vida, menos Trudi, que verá resueltos muchos de los problemas que le quitan el sueño, eso sí, en un giro argumental propio de telenovela mala. Siobhan y Katie, los personajes más intensos (y que más dolores de cabeza provocan, para qué negarlo), compiten en la carrera de amargarse la propia existencia haciendo decisiones a cada cual más equivocada para, al final, acabar asistiendo al descubrimiento de sus respectivos pasteles, mientras que Jessica se enfrenta al peor de sus miedos: enamorarse y, para su sorpresa, hacerlo de una lesbiana casada (una Anna Torv preFringe).

Resulta difícil elegir un tono que agrupe la atmósfera de la serie en su totalidad pasan por tantos estados emocionales que acaban arrastrando con ellas todo lo demás. Y no siempre de la mejor manera. Las series cuyo centro de gravedad son las relaciones interpersonales tienen ese riesgo de irse a los extremos, en muchos casos, cebándose con los personajes, haciéndoles pasar por cualquier tipo de infierno, o pisar el acelerador de su maduración personal, siempre que convenga a los propósitos dramáticos.

A partir de la segunda temporada, se empieza a apreciar este problema. Con el salto temporal de año y medio hacia delante, tenemos que hacer un ejercicio de aceptación de las nuevas reglas del juego que, en el caso de Jessica, resulta chocante e inverosímil viendo el estado en que termina la mujer en la primera entrega. Con Katie y Siobhan, la reacción se queda en un WTF por involución de ambos personajes, que rozan lo borderline, mientras que Trudi sigue en su línea de recibir sobresaltos por parte de los hombres con los que comparte su vida.

Esta tendencia hacia abajo se mantiene en la tercera temporada, que, además padece de arritmias narrativas. Sólo cuenta de cuatro episodios, dos menos que en las anteriores, para arreglar un desastre de trama dispuesta en in media res que se acaba resolviendo en los diez minutos finales, sin exagerar. Eso por no hablar de una Katie totalmente sin rumbo, una Trudi rota y una Jessica que no merecía tantas leches por parte de los guionistas. La mejor parada de todo este desaguisado: Siobhan, contra todo pronóstico, algo es algo. Más oscura y dada a los giros gratuitos (ni que la hubiera escrito la 'master' Shonda Rhimes), sin duda, estamos ante la peor entrega de la serie con diferencia, lo cual no es la despedida más agradable.

Si queréis ver Mistresses y acabar con el recuerdo de haber disfrutado de una entretenida serie de personajes y relaciones, basta con la primera temporada.

miércoles, 12 de enero de 2011

Papel de liar para un mes entero, o más

No fumo, por lo que no seré yo quien me quejé de la nueva ley antitabaco aprobada en España. Pero reconozco que me gusta fumar series. Sin humos, sin olor y pulmones limpios: uno de esos vicios sanos (si no se lo acompaña de comida basura o alcohol, que luego la barriga...), que el Gobierno también quiere combatir, especialmente si consumes producto importado vía Internet. Fumo series, sí, aunque con sólo unas pocas me tomo la molestia de hacerlo con papel de liar, giro a giro, sin usar una liadora, esforzándome en que me salga un buen canuto. Una de esas ficciones es Skins, que como todo los eneros desde hace cuatro años, regresa con el camión cargado de material y de nueva jerga inglesa que aprender, empezando por el propio título de la serie, de cuyo verdadero significado me enteré hace relativamente poco. Papeles de liar. Las pieles que envuelve el piti o el peta. Pero este año que acaba de empezar el envío es doble y viene casi a la vez desde dos lugares diferentes: desde la base habitual en Reino Unido y, ahora también desde nueva sucursal a la otra orilla del charco. O lo que es lo mismo desde Bristol y Baltimore. El negocio, sin duda, pretende expandirse.

Baltimore, USA. (En la ficción. En realidad, se rueda en Toronto, Canadá)

Por seguir un el orden de los envíos, primero me pararé con el comentadísimo remake de la primera temporada de Skins que la MTV se encargará de estrenar el próximo 17 de enero (o sea, ya) a la joven audiencia estadounidense. Desde diciembre, el canal de música reconvertido en hotel de realities de lo más adictivo y demencial, está llevando a cabo una incesante campaña de promoción con pósters que se mofan de todo el odio de los fans del original han vertido desde que se anunció el proyecto, así como anuncios insertos durante la emisión de megaéxitos como Jersey Shore y, sobre todo, un trato de cinco estrellas a la sitio oficial de la serie, el centro neurálgico de todo si consideramos el target del invento. Allí se pueden encontrar desde todos los tráilers, un interesante tráiler interactivo para conocer a los personajes hasta una aplicación a modo de mapa para marcar lugares dignos de recordar. Y lo más importante: la intro con letra. Se nota, pues, que el departamento de márketing han tomado buena cuenta del saber hacer de sus hermanos británicos, unas bestias pardas en este sentido.

Aunque, al final, de poco sirve el envoltorio si el material no es bueno. No voy negar que, en un primer momento, me horroricé cuando leí que iban a trasladar las aventuras y desgracias de los jóvenes de Bristol a Estados Unidos y más con los primeras imágenes, muchas de las cuales se han vuelto a rodar. "Skins sólo tiene sentido por lo británica y descarnadamente honesta que es", pensé. Y encima la MTV, aunque ahora no veo qué otra cadena en abierto se hubiera podido atrever con esto sin tener que irse al cable. Si pueden sacar a Snooki pegándole a todas las chonis de Jersey, pueden con Skins. Y más, cuando sabe que recoge los frutos de algo que ha sido aclaamado por la crítica, lo cual le hace mucha falta a la cadena. Hasta que no vea un par de episodios seguiré con la incertidumbre, aunque confieso el que hecho de Bryan Elsley, creador del original junto con su hijo, Jamie Brittain, esté supervisando personalmente el desarrollo del proyecto me provoca buenas vibraciones. Más que nada, porque junto con Jack Thorne es la pluma que ha dado los mejores momentos de la serie, y su ausencia se notó demasiado en la irregular cuarta temporada, sobre la que él mismo reconoció que algunas cosas no se habían hecho bien.



Está claro que en el éxito del original en Estados Unidos, donde lo emite BBC América (censurando escenas, eso sí), ha propiciado el remake. Elsley no se ha cansado de comentar en ruedas de prensa recientes que si algunos de los diez capítulos de la temporada guardan demasiadas similitudes con el original, esto se debe a una razón de tiempo. El tiempo que lleva formar, como pasó en Reino Unido, a los jovencísimos (adolescentes en algunos casos) miembros del equipo de guionistas para que, a partir de la segunda temporada, creen historias de la nada con eso mismos personajes. Por lo que a largo plazo, más que de un remake, quizá estemos hablando más bien de una reimaginación a la americana de la primera generación de Skins formada por Tony, Michelle, Cassie (Cadie), Sid (Stan), Chris, Jal (Daisy), Anwar (Abbud), Maxxie (Tea), y Effy (Eura). Ésta última, recordemos, sirviendo de puente para la gegunda generación.

El cambio de Maxxie, chico, a Tea, chica, es chocante cuanto menos, pero a la vista de los tráilers funciona como la semilla de la diferenciación que propone la serie, y un indicador de que se va a aprovechar para corregir alguno puntos débiles de esa generación pionera. Parece que el cambio de sexo y algunas trazas de personalidad ha permitido a Maxxie pasar a personaje casi secundario a protagonista. Porque Tea , centro del segundo episodio, tiene toda la pinta de estar en el ojo del huracán haciéndole sombra al mismísimo Tony en cuanto a chulería y en ligoteo con chicas. Y que sea capitana de las cheerleaders del 'high' le da incluso oportunidades de disputarle el título de 'bitch' oficial a Michelle. La orientación gay no es lo único que hereda de Maxxie, sino también su rango de mejor amiga del chico musulmán, Abbud, lo cual abre otra ventana de exploración a un personaje que cuando se llamba Anwar tampoco dió mucho de sí, a pesar de Dev Patel. Veremos si todo esto se cumple.

¿Qué esperar entonces?
La avanzadilla de críticas habla, como ya se esperaba, de un piloto calcado al original británico, con menos tacos (cuestión de cultura, los brit insultan más), pero con el mismo espíritu genuino de ser fieles a las idas y venidas que significa ser adolescente. La MTV la va a programar en el adulto horario de las 10 de la noche, con Jersey Shore como 'lead-in' (combinación perfecta), para así estar preparados ante el previsible ataque del Parent Television Council. Conociendo a la cadena, seguro que les encanta la atención.


Bristol, UK. (Aquí no hay presupuesto para ir a otro país)

Después de esta larga puesta al día con lo que se ha ido cociendo allá en los Estados Juntitos, vamos con la tercera generación de la pandilla de Bristol que se estrenará el 27 de enero, y de la que, por fin, ha iso filtrándose información después de casi un año entero sin saber nada. Si, en general, las series estadounidenses nos malcrían porque empiezan a anunciar desde el momento de concepción de la idea, en las islas sigue soñando que hasta el día antes del estreno no sueltan prenda (Miserias del seriéfilo britanófilo, artículo 5).

Lo cierto es que siempre que se cambia el reparto cada dos años, el 'hype' ante el estreno de los nuevos personajes decae por completo durante unos meses. Este año ha sido especialmente notable, por un lado, debido al sabor amargo que dejó el final de la cuarta temporada , el de la segunda generación, la más popular hasta la fecha, y por otro, por la perspectiva de que Jamie Brittain, responsable directo del (SPOILER si no has visto el 4x07) trauma (FIN), va a asumir 100% en solitario la producción ejecutiva de su show. Con todo, fue cambiarle la cara a la web de E4 y subir las primeras imágenes de los nuevos personajes para que volviera el cuchicheo y la excitación. En un movimiento ensayado ya con Misfits, casi todos los miembros de la nueva pandilla tienen cuentas de Twitter y hasta listas en Spotify, sin contar los clásicos perfiles. También se han apresurado ha mostrar los nuevos títulos de crédito, obra de Fat Segal, que se deshace por desgracia del ya icónico 'Ding, ding, ding, ding, ding', y del teaser tráiler lleno de intenciones a ritmo de 'Ready to Start' de Arcade Fire.



Sobre los personajes comentar que este año han hecho recorte en el número, dejándolos en ocho para que cuadren más o menos con el número de episodios, no vaya a ocurrir lo del año pasado que dos personajes, uno de ellos clave, se quedaron sin su solo. Así, tenemos a la ambigua Franky, al no menos misterioso Matty, el heavy Rich, a Liv la rumbera, al dcapitán del euipo de rugby, Nick, y a su novia la abeja reina Mini, al granjero Alo y a Grace, la fan de Grace Kelly.

¿Expectativas? Con sólo esto, parecen una pequeña cumbre de representantes de tribus urbanas, pero si algo ha demostrado Skins a lo largo de su andadura es destruir primeras impresiones y sacar a los personajes de sus pedestales y burbujas ombiguistas. Además, superaron el cambio con creces una vez. Pueden volver a repetirlo. Hay confianza. En el encargado de la banda sonora, también. La música es casi tan protagonista como el acné (atentos al patrocinio de Clearasil, más idóneo, imposible).

Aunque uno de los deseos eran recuperar la estrecha amistad del grupo, como en la primera generación, todo indica que se volverá a repetir la dinámica de la segunda, con del trío de grandes amigos de toda la vida de JJ, Cook y Freddie, sólo que esta vez con Liv, Mini y Grace. A los demás, exceptuando a Nick, los conocerán en el Roundview College, con especial atención a Franky y a Matty. En estos momentos, circula una variedad de rumores acerca de la disposición de los capítulos, pero sólo está confirmado que Franky abrirá el telón.

No puedo cerrar el post sin mencionar que, a día de hoy, aún no hay noticias acerca del estado de producción de la película centrada en los personajes de la segunda generación y con apariciones de la primera y la tercera. Lo último que se sabía era un retraso del inicio del rodaje de septiembre a febrero por temas de agenda actoral, pero no ha vuelto a trascender nada más. Tanto Elsley como Brittain insisten en que el proyecto sigue en pie, así que dejémos en el limbo el adiós definitivo a Effy, Cook, JJ, Naomi, Emily, Katie, Pandora, Thomas (y Freddie). Por ahora.

Actualización: Primera promo al canto.
Ganazas.

jueves, 6 de enero de 2011

El sucio glamour de Boardwalk Empire


Allá por septiembre, decíamos que la HBO se había liado la manta a la cabeza en busca de la dignidad perdida a la vista del exquisito despliegue de medios realizado en su gran apuesta para la actual temporada. Boardwalk Empire mostró desde el primer minuto la voluntad de devolver los tiempos de gloria a casa y han bastado doce episodios de lentejuelas, metralletas y trapicheo de alcohol prohibido para convencer al personal. Y lo ha hecho con el mismo estilo con el que Nucky Thompson le da un ramo de flores a una dama mientras que con la otra le aprieta la mano a un matón que se la acaba de manchar. El trabajo de un experto en hacer filigranas.

Hay que tener oficio. y mucho más, para conseguir tejer una complejísima red de personajes e intereses tan dispares y,al tiempo, disfrazar de oro la porquería. Hay que ser un artista, y Nucky anda sobrado de arte. En realidad, Boardwalk Empire no más que la pieza que recorta, talla y pule con mimo calculador. 'Su' obra. Pero el tesorero de Atlantic City también cuenta con una mano que lo moldea: la de Steve Buscemi, que se adueña literalmente de las líneas de diálogo, creando la ilusión de que nadie más puede interpretar al personaje. Nunca fue un actor que me entusiasmara, pero su físico peculiar y sus gestos suman a la hora de reforzar la ambigüedad moral de Nucky.

Desde fuera no parece que Boardwalk Empire sea una de esas series tipo 'sistema solar' donde un personaje manda cual Sol y el resto gira en torno a él. Lo es, (y la intro no engaña en ese sentido), pero se encarga de disimularlo con una letanía de personajes tan bien estructurados e interpretados, que su número no impide reternelos en la memoria. Desde los extras, gordos casipedófilos de la casa de alterne, hasta los más episódicos como Lucy Danzinger, la descerebrada amante caída en desgracia, o Richard Harrow, el héroe de guerra sin rostro, pero con una puntería letal. Todos cuentan con una agenda oculta lista para enseñar en el momento adecuado. Porque si de algo presume esta serie, como buen espectáculo clásico de mafiosos en su época dorada, es de sonrisas falsas, venganza y supervivencia.

Estos elementos se van haciendo más presentes a medida que avanza la temporada y el tremendo diseño de producción, que tanto hacia temer otro ejercicio de vanidad vacía, queda en un segundo plano para dar relevancia a lo que importa. El retrato a través de una personajes de una década de los veinte, de luces para los Estados Unidos, pero también repleta de sombras. En este sentido, se debe resaltar el especial interés de la serie en el retrato de las mujeres en esa época, porque si bien Boardwalk Empire es una serie donde la testosterona se vende en barriles, las féminas, al menos las principales, no están de florero. Ahí están Margaret Schoeder, y Angela y Jillian Darmody, encarnando diversas reivindicaciones de ese tiempo como el sufragio femenino, el punto de vista del inmigrantes, en el caso de la primera; deseos de liberación laboral y sexual, para la segunda; y simples ansias de poder, para la última.

Tampoco se puede pasar por alto la presencia del KKK y la reacción de la comunidad negra, que con Chalky White también recuerda que no todo el negocio del licor tenía por qué estar en manos de grandes apellidos irlandeses (Thompson, Darmody), italianos (Torrio, Colosimo, Luciano, Capone, D'Alessio, etc.) o judíos (Rothstein). Asimismo, los veterenos de la Gran Guerra y sus traumas están perfectamente perfilados en las figuras de Jimmy Darmody y Richard Harrow. Y qué decir de la avanzadilla antialcohol y el movimiento puritano encarnado en el tétrico agente del FBI, Nelson Van Alden, otro personaje que tampoco deja indiferente por todos esos trazos de contradicción que posee y que lo convierten en un antagonista perfecto para Nucky.

Si la creación de Terence Winter es una delicia para los amantes de la historia, en general, es en las relaciones a poca distancia donde brilla y donde se nota el efecto del encanto y envidias a partes iguales que despierta Nucky en su mundo. Como Van Alden, Thompson es el fondo un alma triste, pero en lugar de regodearse en su propia oscuridad, se crea un yo frívolo y despreocupado, y utiliza su propio carisma para conseguir sus propósitos. Aunque sea consciente de su dualidad como mafioso y político, al final del día, para Nucky lo más importante es mantener su imagen pública de benefactor de la ciudad y de buen hombre para Margaret. Un tirar la piera y esconder la mano que irrita a Jimmy Darmody (Michael Pitt, por favor, obliga a maquillaje y peluquería que te corten esos pelos, qué grima), harto de mancharse las manos por su jefe y antiguo mentor. Como dice le dice Jimmy: "No puedes ser mitad gángster...".



Esta frase sintetiza en realidad el sentir de la clase mafiosa hacia Nucky, de quien codician su puesto como dueño de uno de los mejores enclaves para el contrabando de licor. Mientras ellos van a la cárcel o, como mínimo, hacen frente a juicios, el tesorero se va de rositas gracias a su trabajo como político. Encima, con una capacidad para poner y quitar alcades que impresiona, por no resaltar esa facilidad con la que los fajos de billetes salen del bolsillo interno de su chaqueta.

La relación con Eli es otro punto caliente con reminiscencias a la típica dinámica de Caín y Abel, donde el pequeño de los Thompson se sabe el menos inteligente de y sofisticado los dos y ve en Nucky la fuente de todas sus inseguridades y poco prestigio social. El capítulo cinco y la season finale son una buena muestra de lo que que es capaz de hacer el sheriff de Atlantic City cuando la condescendencia de su hermano mayor se pasa de la raya.

Podría extenderme acerca las bondades de esta serie, sin lugar a dudas, el estreno de la temporada, pero me temo que saldría un post infinito. Todo esos tejemanes que acabo de describir son demasiados por sí solos, aunque si el guión se las ha arreglado para destilarlos y mezclarlos con gracia en la pantalla, entonces no hay excusa para no probar el resultado. Nadie debería quedarse sin su botella de Boardwalk Empire. Licor del bueno.

domingo, 2 de enero de 2011

The Walking Dead, vísceras que apenas huelen

Dudo de si es muy apropiado empezar el primer post del año hablando de carne muerta y sangre con el sabor de la cena de Nochevieja aún en la boca, pero viendo que The Walking Dead tampoco abusa en ese aspecto, el daño se queda en una pequeña náusea. Pero aún así la cosa empezó fuerte. AMC reventó con sus zombis las audiencias del cable en ese 2010 que acabamos de dejar, poniendo el listón en unos 5,3 millones de espectadores en la noche de su estreno en Halloween, y una demo récord nunca vista en el cable de 3,4 en el target comercial, cifras que fueron a más en alguno los seis episodios que componen esta primera temporada (5,6 millones y 3,7 en la demo nada menos que en el quinto capítulo, ya quisieran algunas). Un éxito se mire por donde se mire, apoyado, en parte, en el gran seguimiento del cómic que adapta la serie, y del que servidora no ha leído una sola página. Por tanto, no va a haber comentarios aquí sobre la fidelidad de este traslado de la viñeta al fotograma.

No puedo achacar, pues, la falta de ritmo de esta entrega a la mediocridad del primer tomo, que es el tramo del cómic que se adapta, como apunta Alx en su crítica. Yo sólo puedo decir que algo raro pasa si el señor Frank Darabont y su equipo de guionistas lograron que pasara de querer que el protagonista saliera vivo de un mar de zombis en el episodio piloto a que se lo comieran en la season finale. En contraste con lo que viene después, el primer capítulo es una joya por méritos propios, que conjuga los mejores ingredientes del género, acción encadenada y terror, y los exprime al máximo. Sin embargo, pone las miras tan altas que se torna en un espejismo en medio del desierto.

Tampoco quiero dar la impresión de que estamos ante un caso insólito de "pilotitis" en una serie americana con una estructura episódica propia de sus primas británicas. Nada más lejos de la realidad, la debacle no es tal, pero la sensación que deja el visionado se acerca a un "Necesito que le den más caña, ¿esto una serie de zombis o qué?". Porque un producto de muertos vivientes con sólo seis episodios debería ser un no parar.


Quizá ahí se encuentre el error de recepción de la serie: que la platea espera tripas y lo que al final llega a sus manos son un puñado de personajes humanos luchando por sobrevivir en un mundo postapocalíptico. Los zombis sirven como excusa a las interacciones que se dan entre ellos en unas circunstancias extremas, revelando lo mejor o lo peor de cada uno. Un planteamiento respetable, pero, otra vez, algo raro pasa cuando hacen falta seis episodios para presentar el 'statu quo' de la serie y, aún así, no consigues recordar 2/3 de los nombres de los protagonistas. Y mira que en Lost había más cabezas que identificar... Quitando al héroe de la función, el policía Rick (Andrew Lincoln, el amigo del novio de Keira Knightley en Love Actually), al viejo Dale y al asiático Glenn, al resto es como si les hubieran echado vaho delante de un cristal. Cero carisma, y lo peor: si mueren, no importa, hasta lo celebras.

Con una planicie seca en el terreno que corresponde a los personajes, normal que cueste sujetar todo lo demás. La serie también adolece de esas altas dosis de angustia y estrés que, más allá de la necesidad de sacar en pantalla a hordas de muertos vivientes (o 'walkers', como se les llama aquí), son un 'must' de cualquier historia sobre situaciones límite que se precie. Irónicamente, obras más pedestres del género zombie en cine destilan vida, mientras que en The Walking Dead hay muy pocas pulsaciones pese a que se pone el acento en la humanidad.

Por poner un ejemplo reciente de otro género canónico: en Battlestar Galactica no hay batallas especiales e intercambios de tiros con cylons un capítulo, sí, y otro también, al contrario, mucha conversación y personaje, pero el tufillo a 'destrucción de la raza humana en cinco segundos' era omnipresente en cada escena. Eso, para que no se diga que la obra de Darabont peca de primeriza en la tarea de domar las convenciones de género.

El empaque técnico de la serie y su diseño de producción se quedan en un estupendo envoltorio del humo, lo cual desluce igualmente el trabajo del departamento de maquillaje, muy atento al detalle a la hora de conseguir unos zombis asquerosos. Por no hablar de la banda sonora compuesta por maestro galáctico Bear McCreary que, desde luego, está pensada para lo que esta serie es 'en potencia': algo grande.

Las expectivas para la segunda temporada de 12 capítulos no andan por las nubes tras una season finale sin fuerza, proyectos de minicliffhangers, incluidos. Y menos, tras el drama que se armó con el cambio del plantel de guionistas. La nominación al Globo de Oro espero que no pase de reconocimiento al 'hype' y la audiencia acumulada. Aún así, nunca se puede subestimar el margen de mejora de una serie cuando la condena no es absoluta. The Walking Dead ha tenido, a pesar de sus lastres, las suficientes ráfagas de buen entretenimiento y cuenta con plantel de productores con cierto recorrido como para desecharla a las primeras de cambio. Y aparecerán otros personajes. Veremos.